Capitulo 8

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CAPITULO 8

Trevor agarró las cinco maletas de color azul eléctrico que había escondido debajo del puente y las colocó en el auto. Nos encontrábamos hablando con un poco más de confianza que antes. Tenía que aceptar que no me caía tan bien. Pero me resultaba soportable.

-Te puedo presentar a unos amigos. –me sugirió. –O a mis primos.

-Si todos son como tú, por favor, mejor no lo empeores. –gruñí  por lo bajo.

-¿Entonces?

Lo miré decididamente.

-Conozco un lugar que está lleno de buenos peces.

-Un bar. –se rió. –Ya lo veía venir.

-¿Ahora soy predecible? –pregunté mientras estacionaba en su casita de fabulas. El sonrió.

Bajé del auto. Trevor llevó mis maletas adentro. Yo lo seguí mientras cargaba mi cartera roja.

-Joder. ¿Llevas piedras? –jadeó Trevor al ponerlas encima de su acolchada cama.

-Alégrate de que no sea un cadáver humano. –lo miré con amargura.

¡Agh! El cerdo sin cola me irrita demasiado. No sé como su madre no lo pudo dar en adopción. Me senté y abrí la primera maleta. Tenía todas las cosas más personales: Mis álbumes de fotos, ropa mía de cuando era una bebé, cosas de mis hermanos, una corbata de mi padre, un perfume de mi mamá, y las cartas de mi abuela.

Me pregunto si ya debería quemarlas. Son un estorbo. Cerré esa maleta lo más rápido que pude o sino la ira se iba a incrementar en mi.

Abrí la segunda maleta. Esta vez sonreí. En ella estaban mis telas de diseño de ropa y algunos trajes de mis bailes exóticos y sensuales. La cerré y la dejé al costado de la cama, pues la necesitaría después, cuando Priscila Miller, me llamara.

Tomé la tercera maleta. En ella estaba todo el dinero. Mi tesoro más necesitado.

La cuarta y la quinta tenían ropa. Muuuchas prendas de vestir casuales, formales y para dormir. Mis cosas de belleza, mis cremas y demás. En fin, todo lo que necesitaba para mi higiene personal y vida diaria. 

-Todo en orden. –levanté la vista a los ojos diarrea de Trevor. –No me han robado nada.

-¿Qué clase de chica guarda sus cosas debajo de un puente?

-Yo.

-Eso no es normal. –dijo mientras se frotaba el cabello.

-No quería pagar una bodega. ¿Ok? –respondí con amargura.

-Eso se llama ser tacaña.

Me acerqué a su rostro y las ganas de escupirle a solo unos centímetros de su boca me invadieron desprevenidamente. Su boca se veía tentadora. Oh, si. Pero no del sentido de apretarlo con fuerza y besarlo. Yo jamás besaría a un cerdo. ¿Pero que miércoles hacía yo hablando de su boca?

Me persigné rápidamente. Besar a Trevor era como besar al anticristo.

-Tus ojos son bonitos. –dijo de repente.

-Espera... ¿Qué?

Lo miré arrugando el ceño.

-¿Son azules o grises? –continuó preguntando.

-¿Y eso que importa? –gruñí. –Los ojos son solo ojos. Sirven para ver. El color es una mierda.

-¿Qué?

La sonrisa de la muerte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora