Capítulo II

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Pesadilla

Domingo 23 de diciembre

Está muy oscuro.

—¡Ramera estúpida! —grita una voz grave y muy intimidante.

—Suelta a mi hija —grita con firmeza una mujer de larga y ondulada cabellera castaña que apenas se logra distinguir.

—¿Qué harás con está bebé? Toda hija de Ignus, merece morir... ¡Y tú también! —Tira a la bebé al suelo y se abalanza con cuchillo en mano contra aquella mujer.

Se escuchan los gritos de la mujer y se ve como la sangre brota de su cuello y estomago por las puñaladas que recibe de ese hombre corpulento.

Luego de disfrutar como se retuerce de dolor y como muere poco a poco la mujer se dirige a la pequeña con la intensión de matarla cuando ante sus ojos aparece un hombre robusto pero que no se logra distinguir bien con una daga en la mano.

—Ni tú, ni nadie va a tocar a mi pequeña —dice el hombre robusto mientras le enterraba la daga en el pecho varias veces hasta que lo mató.

El hombre toma en sus brazos a la bebé y la lleva hasta el claro del bosque, dejándola en un pequeño arbusto y mientras se va le dice:

—Hija mía, tienes el poder del mundo, úsalo a tu favor...

Toc. toc.

—Buenos días hija —dice mi mamá desde el otro lado de la puerta—. Despierta, es tarde.

—Sí, mamá —le contesto aún confundida por lo que estaba soñando.

Mi madre abre la puerta de mi habitación.

—Te deje en la nevera comida y un jugo de naranja. También hay dinero en la sala por si necesitas algo. Regresamos mañana temprano cariño.

Realmente no merezco una mamá tan linda como ella, bueno, a veces es linda.

—Esta bien, vayan con cuidado.

Mi madre me da un beso en la frente y sale de mi habitación cerrando con cuidado la puerta.

Mis padres son empresarios y tienen que viajar seguido, incluso en vacaciones y épocas festivas.

Me levanto de la cama y me dirijo al gran espejo que tengo en una esquina.

«¡Uf, me veo fatal!», me digo a mí misma al ver las ojeras que tengo.

Después de darme una ducha con agua más fría que... no, no hay nada más frío que yo («¡Ay, que chiste tan malo!»). Me maquillo un poco (rímel y labial es todo lo uso) y me pongo una sudadera negra con morado que resalta mis ojos café rojizo oscuro y mi piel clara.

En todo el día no puedo evitar pensar en aquel sueño, no es la primera vez que lo tengo, de hecho, seguido sueño lo mismo. Lo que más me preocupa es que mi cabello se parece al de aquella mujer.

«Cabello largo, castaño y ondulado...»

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