Capítulo IX

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Creando una amistad

Viernes 18 de enero

Después de dos horas de viaje hemos llegado a nuestra casa en Lizenbania.

Cuando era pequeña vivimos un tiempo aquí. En ese entonces, recuerdo que la casa era más pequeña, ahora es una fortaleza custodiada por muchos miserables humanos.

La casa es grande, y tiene una pequeña casa al lado.

Nos recibió un señor con la cara tapada, luego cerró el portón con algo que no pude observar.

—Mamá, tengo hambre. ¿Podemos ir por una pizza? —le digo solo para saber si es lo que estoy pensando.

—No, mejor hay que pedirla —contesta.

Lo que imaginé, ahora la pregunta es: ¿Por qué nos escondemos?

Subí a donde era mi recámara, sigue pintada de rosa con lineas diagonales rojas, algunos peluches en mi cama y sobre un pequeño baúl azul hay tres muñecas sin cabeza.

Está muy polvosa mi recámara. Voy al cuarto de servicio, busco una escoba, un trapeador...

—Nila, a comer... —me grita mi madre.

Dejo todo junto a las escaleras y voy a al comedor. En la mesa hay una pizza, "mi favorita".

—Mamá, ¿qué está pasado?

Ella se queda callada, un momento después me responde:

—Nada cariño, Tu padre y yo venimos a un negocio aquí. Estaremos unos días y luego nos iremos, de verdad.

—¿Y por qué no podemos salir?

—Pues ya sabes que esta es una ciudad es muy insegura. Contrario a Peralvia. Yo sé que no te gusta estar acá —hace una pausa—. Pero es necesario estar aquí un tiempo.

Su historia rebuscada no me convence. 

Terminamos de comer, voy por las cosas que dejé en la escalera, pero ya no están, subo a mi recámara, veo que ya está limpio y mis cosas ya en "su lugar".

—¿Quién entró a mi recámara sin mi permiso?

Una joven de aproximadamente dieciséis años entra a mi recámara con la cabeza baja. Usa el uniforme de servidumbre. Se para junto a la puerta.

—Fui yo señorita, su mamá me ordenó que lo hiciera, una disculpa si ofendí sus cosas, no fue mi intención, de verdad lo siento... —contesta disculpándose mirando el suelo.

La chica me da un poco de nervios, no sé, pero se ve muy tímida. Me agrada.

—Oh, está bien. Pero dime donde acomodaste cada cosa o no voy a encontrarlas —contesto tranquilamente.

—Bueno, en estos cajones están sus cosas de uso personal. Su ropa en el armario de ahí —me dice señalando las puertas de madera morada que están al fondo.

—Bien...

—¿Algo más en qué pueda servirla?

—No, por el momento no. Gracias.

—Entonces, me retiro. Con permiso.

La chica se da media vuelta y se va. Es simpática.

—¡Oye! ¿Cómo te llamas? —grito desde mi recámara, salgo al pasillo para alcanzarla, pero ya no está.

En el camino me tropiezo.

La chica caminó muy rápido.

—Alissa, mi nombre es Alissa Miller.

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