Capítulo I

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En el infierno

Viernes 21 de diciembre

Hoy supe desde que desperté que sería un mal día de escuela.

—Nila, ¿me está escuchando? —dijo mi profesora de geografía, gritando con esa voz tan chillona que la caracteriza y que tanto odio.

—Claro, profesora, lamentablemente con esa voz que tiene, uno la escucha de aquí a Lizenbania por muy sordo que est...

Las risas de mis compañeros rompen el silencio que provocó la maestra al hablarme...

—¡Jovencita, ya estoy harta de usted...!

—¡Y yo de usted! —interrumpo con mi gran cinismo que tanto amo—. Pero tranquila, hoy nos vamos de vacaciones y tendrá la desdicha de no verme un tiempo... —La miro desafiante—. Sí, yo también la voy a extrañar.

La profesora sigue con su monótona clase, me pregunto si será bueno lo que estoy pensando.

—Bueno, chicos, eso es todo por este año, nos vemos el siguiente...

En serio, su voz chillona es muy irritante.

—En cuanto a usted, señorita —dice mientras señala el último pupitre de la esquina del salón donde estoy sentada—, tengo que hablar seriamente.

Mis compañeros salen del salón apresurados y entre risas despidiéndose unos de otros.

—Dígame —contesto con seriedad.

—Su comportamiento no está...

«Realmente no la estoy escuchando. Antes de irme tengo que pasar a el taller de mecánica, ahí supongo que tendrán unas pinzas, de allí tengo que ir al estacionamiento, y todo eso en menos de diez minutos o si no...»

—¿Entendió, señorita? —me dice interrumpiendo mi pensamiento.

—Entendido— le sonrío con hipocresía y me voy.

Camino por un largo pasillo mientras me pongo unos guantes de látex negro que siempre llevo en mi muchila. Veo la puerta del taller de mecánica, me cercioro de que no haya nadie y entro a hurtadillas por sí las dudas.

«Pinzas, pinzas», me repito a mí misma mientras registro una caja de herramientas. «Sí, aquí estaban».

Salgo de prisa de ahí directo al estacionamiento y veo aquel coche verde esmeralda objetivo de mi visita en ese lugar.

«¡Uy, que coche tan lindo!», me digo internamente con sarcasmo mientras me meto bajo el motor del coche.

«Bien, ¿dónde demonios está el cable del freno?», pienso. Después de mirar un momento lo encuentro.

—Aquí estás bebé... —digo en voz baja mientras lo corto.

Salir de ahí se torna complicado y cuando lo logro escucho unas pisadas de tacón.

—Pero, señorita, ¿qué hace ahí?

—Eeh... —digo nerviosa—. Se me cayó mi celular abajo de su coche, pero ya lo recuperé —contesté tratando de sonar convincente a la vez que oculto las pinzas que tengo en la mano tras mi espalda. Creo que no ha notado los guantes.

—Está bien. Nos vemos, jovencita, ya pórtese bien.

—Sí, adiós.

«"Nos vemos"», ja, ja, ja, solamente en el infierno.

«"Nos vemos"», ja, ja, ja, solamente en el infierno

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-Coche verde esmeralda.

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