Capítulo XI (parte II)

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...son mis padres?


Miro mi revolver nuevo, es muy bello. Realmente admiro que alguien se haya tomado el tiempo de hacerlo para mí...

Estamos en silencio. Miro por la ventana un instante, cierro los ojos y suspiro. Me invade la tranquilidad.

«Ellos no son tus padres.»

Ese susurro me indica que perderé el control...

—Niña, llegamos.

No me he dado cuenta.

—Lo sé, Neizan, ya vi.

Bajo del auto, realmente me siento con una tranquilidad infernal. Estoy forzándome para no cometer una tontería.

Salgo del coche y escucho que algo se cae, es mi revolver.

—Nila, es mejor que no te lo lleves ahora. No quiero que hagas algo de lo que sí te puedas arrepentir —dice esto mientras ambos tomamos el revolver.

Jalo con más fuerza que él.

—Yo sé lo que hago. Espérame aquí.

Cierro la puerta con fuerza y camino rápido a la casa, mientras me alejaba del coche escuché la voz de Neizan diciendo «No debí darle un revolver ahora... ¡Mierda!». Y claro que no debió, pero ya es tarde.

Toco el timbre. Tardan en abrir.

—Vaya, vaya, la niña regresó.

—Quítate Elías o te sacaré los sesos, si es que tienes.

Le apunto con mi revolver y él solo me gruñe.

Entro a la sala y veo a mi padre hablando por teléfono. Mi madre se asoma para ver quién ha llegado, dándome la impresión de que esperaban a alguien más.

—Digan la verdad —hablo lo más claro y tranquila que me es posible.

—¿De qué verdad hablas Nila?

Mi padre cuelga el teléfono y me mira esperando que le responda a mamá.

—No soy su hija, ¿verdad?

Ellos se miran atónitos.

—Escuchen —mi voz empieza a sonar alterada—, me importa una mierda lo que hagan con su empresa, es asunto suyo. Pero me molesta que me hayan vendido una mascara de mentiras. Me siento estúpida por creer en ustedes...

Mi madre se acerca.

—Nila, todo tiene una explicación...

—¡Déjame terminar! —le grito con lágrimas en los ojos.

—No le grites a tu madre, Nila.

Doy un suspiro profundo, pero esto solo me hace perder el control.

—¿Están seguros de qué soy su hija? —ellos solo se miran—. ¡Respondan, maldita sea!

Mi padre me mira y habla con una expresión de enojo.

—Como empresarios, queríamos hacer algo que nos diera el éxito —empieza a explicar—. Tu madre me apoyaba en todo. Teníamos unos amigos, el señor y la señora Hackler, ambos unos emprendedores extraordinarios, eran unos grandes científicos. Tú madre desde adolescente se le diagnóstico infertilidad, cuando me lo dijo estaba destrozada, pero yo la amaba y prometí ayudarla...

Mi madre rompe en llanto.

—Con el tiempo —continúa mi padre— empezamos nuestras investigaciones como unos científicos independientes en un laboratorio creado por nosotros. Entre los muchos experimentos estaba el de hacer que tu madre pudiera concebir, parecía fácil, pero —suspira desesperado—, aquél día en el que se realizó la operación algo... algo se salió de control y provocó cortocircuitos. ¡Y Todo fue un maldito desastre! —sus ojos que ahora estaban rojos empezaron a crear lágrimas—. Tu madre quedo herida y la prensa llego como buitres. Pasaron muchos meses, y después de muchas operaciones tu madre se recuperó, pero le habían extraído parte de su sistema reproductor, era ya imposible tener algún hijo...

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