Capítulo IV

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Veneno y beso.

Jueves 10 de enero

Estos días han sido muy aburridos, nos pusieron una maestra suplente para geografía.

El chico nuevo es muy serio en clase. Ayer pasó empujándome con su mochila. Ningún maestro nos ha pedido nuestros nombres, al parecer solo vienen a dar clases al aire, si las tomas bien y si no ya te jodiste. Por eso es que aún no sé su nombre.

Hoy, como soy practicante de enfermería, me ha tocado atender a un chico de un curso superior, el chico tenía unos ojos saltones bajo unos lentes circulares que los hacían aún más grandes (como un sapo). El pobre individuo tiene un problema de gastritis, algo que un buen tratamiento podría arreglar.

Mi deseo de provocar la muerte de las personas se vuelve a activar, como un magnífico placer.

—Toma —le digo con una voz amable—. Es la receta de tu tratamiento, estarás mejor, ve a que la firme el doctor aquí enfrente y regresas para que te dé el medicamento.

—Está bien. Ahora vuelvo.

El chico sin más, se va.

Mientras él regresa voy por una botella de agua y saco de mi bolsillo una bolsista muy pequeña con polvo de arsénico, abro la botella y le disuelvo el polvo para que no se note, cierro bien la tapa.

—Eh, hola, ya regresé.

—Bien, ¿la ha firmado?

—Sí.

—Ok, tómate estas pastillas cada 7 horas durante una semana...

Después de darle instrucciones de todo el medicamento recuerdo que los de su curso justo ahora tienen educación física.

—Oh, a propósito, ¿tienes educación física ahora?

—Sí, de hecho, ya voy tarde —me contesta con la intención de irse.

—Oh, bueno, mira, me compré una botella de agua y la abrí, pero no tomé nada porque me invitaron un café. Ten —digo mientras le doy la botella—, te hará falta.

—Genial, muchas gracias.

Él se va con la botella en la mano. Solo queda esperar a que den la noticia. En la última clase me dirijo al baño abandonado con mi mochila. Ya estando ahí saco la pequeña bolsita donde tenía el arsénico y la empiezo a quemar mientras pienso en los mortales síntomas que sufrirá este muchacho.

—¿Qué hiciste que tienes que quemar la evidencia?

Es el chico nuevo, no sé cómo llego aquí.

—Ese no es asunto tuyo.

—Ya lo sé, pero soy curioso.

—Pues vete a curiosear a otra parte —contesto tajante.

—Oye, niña, tranquila.

«Odio que me digan "niña"...»

—¡Odio que me digan así! Y mira estúpido...

—¡Hey! —Me interrumpe—. Tengo un nombre...

—La verdad no me interesa —contesto de una forma muy despectiva.

—Oh, bueno —sonríe pícaramente—. Me llamo Neizan Hackler, mucho gusto.

Su sarcasmo es muy evidente, pero evito contestarle. Solo lo ignoro y sigo quemando la pequeña bolsista hasta que queda una bolita de plástico quemado, la tiro en la basura y guardo el encendedor que usé en mi mochila. Todo esto mientras él me mira.

—¿Por qué te caigo tan mal? —pregunta mientras se acerca a mí de forma amenazante.

—No me caes mal —le respondo con frialdad—. Eso sería ponerte atención y tú a mí no me interesas.

Él se acerca más a mí, yo camino hacia atrás hasta chocar con la pared.

—¿Segura? —replica.

Sus ojos me miran demasiado y me ponen nerviosa.

—Sí —respondo con firmeza.

—Oh, muy bien —hace una pausa para pensar—. Esto será arriesgado...

Antes de que pueda reaccionar me da un beso en la boca, no sé porque, pero le sigo el juego. Por un momento se siente bien, pero luego reacciono.

—¡Oye! ¿Qué te pasa? —le grito mientras lo empujo.

—Yo sé que lo disfrutaste. Besas bien, pero te falta ritmo.

—¡Jódete! —le digo mientras golpeo su hombro.

—Me iré antes de que me des otro puñetazo, mi nariz aún no se recupera...

Él se va del lugar riendo (estúpidamente) victorioso, un momento después salgo yo también de ahí esperando que nadie nos haya visto.

Esto es algo que me gustaría contarles a mis amigas (como niña a media pubertad) pero, yo no tengo amigas.

El camino a casa es más largo de lo habitual y no sé porque, pero el recuerdo de ese (simple) beso me está desquiciando.

Diario del PlacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora