Capítulo VIII

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Un recuerdo abstracto para procesar

Viernes 18 de enero

Se quita la capucha, puedo ver su rostro, él es...

—¿Neizan Hackler? —digo sorprendida—. ¿El idiota que me beso en los baños?

No puedo creer que sea él.

—Sí, ese mismo —me dice con entusiasmo y risas.

Se puede escuchar el silencio dentro de la casa, como se mueven las hojas del árbol y el latido de mi corazón.

—Veo que te he sorprendido —hace una pausa— pero más me has sorprendido tú a mí, eres... —hace otra pausa— ¡increíble! Uf, sí que me sorprendí, eh.

Solo lo miro. Pensar que el tipo con el que compartí un asesinato masivo es el mismo que me besó es demasiada casualidad.

Nuevamente el silencio se hace presente. Seguimos hechos un asco. Se escuchan helicópteros a lo lejos.

—Bien, hay que bañarnos.

Él me mira con una sonrisa pícara, yo lo miro con enfado mientras lo imagino muerto en la regadera.

—Hay agua caliente, llévate la vela, el baño está ahí —le digo señalando hacia la puerta de arriba.

—¿Cómo demonios hay un baño con agua caliente aquí?

—No cuestiones mi casa y ve a bañarte. ¡Ahora! —le grito.

Se dirige al baño, pero antes de entrar se detiene.

—¿Ahora qué? —digo mientras pongo en blanco mis ojos.

—¿Qué ropa me voy a poner?

—Yo te presto...

—No me pienso poner ropa de mujer —exclamó con una negación, interrumpiéndome.

—No seas idiota, tengo ropa de hombre, estoy segura de que te quedará.

Él me mira confuso.

—Me gusta usar ropa de hombre de vez en cuando —añado.

Él se mete a bañar. Mientras tanto yo busco la ropa para él.

«Oh, aquí está», pienso mientras saco la ropa para él: un pans negro poco entubado y una playera gris.

Para mí busco un pans como el de él y una playera de manga larga morada.

Me siento sobre la alfombra cuando lo veo salir. Trae la toalla en la cintura. Puedo ver que tiene un abdomen bien marcado, algo de músculo y en general se ve muy bien.

—¿Qué tanto me ves, niña? —cuestiona dando a entender que lo he visto por demasiado tiempo.

—Nada que te importe.

Mi mente está en blanco, no sé porque lo veo tanto, su mirada es muy extraña, me hace sentir...

—¿Qué debo ponerme? —interrumpe.

—Lo qué está con la playera gris.

—Ah, vale.

Entro a la ducha, el agua tibia cae sobre mi cuerpo sucio. Mis pensamientos están en pausa, puedo escuchar como el aire golpea las ventanas.

Termino de bañarme.

«¡Mierda! ¡Olvidé mi ropa!»

Demonios, lo que me faltaba.

«¿Ahora qué hago?»

La única solución es salir del baño solo con la toalla puesta.

Antes de salir intento tomar la vela pero se me resbala.

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