Capítulo XIII

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Rasguños y sangre, mucha sangre

Sin fecha

No sé cuanto he dormido, un par de horas, ¿días?, no lo sé. Sentí una aguja en mi brazo, como por sexta vez.

Me duele la cabeza y tengo hambre.

No sé como esté Neizan y su padre. He escuchado voces, pero no logro distinguir nada.

Mucho rato después:

—Buenos días, preciosa.

Es la voz de Aaron, ya la puedo reconocer.

—Estaba pensando que no has comido nada, no puedo mantenerte así. Debes comer —habla en casi un susurro—. ¿Te gusta la pizza? ¿El sushi? ¿El pollo rostizado? ¿Fideos?

Mientras hablaba podía sentir el aire frío moviéndose porque él se acercaba.

—¿Qué te gustaría? —insiste.

—Me gustaría que me liberes...

—¿Tú eres tonta o qué te pasa? No agotes mi paciencia niña, o lo lamentarás.

Siento como su mano pasa sobre mi cara.

—Te quitaré el pañuelo. Quiero ver tus ojos.

Quita el pañuelo con cuidado, puedo notar la poca luz que hay a mi alrededor. Me miro, estoy hecha un asco. Lo miro, trae puesto unos lentes negros, que a decir verdad, le va muy bien con la ropa que trae y con esa cara de malo.

Realmente se parece mucho a Neizan.

—Entonces, ¿qué compro?

—Fideos —contesté inerte.

—Entonces, ahora regreso.

Sale de la habitación cerrando de un portazo la puerta.

—¿Neizan? —grito esperando que me escuche.

Escucho como se mueven unas cadenas.

—¿Nila? —responde finalmente.

—¿Cómo estás?

—Podría estar bajo tierra justo ahora, pero pues por el momento estoy... atado de la boca, "se supone", con cadenas en las manos y en los pies, en una esquina del cuarto que está junto al tuyo. ¿Y tú?

—En una vieja cama, atada de cada extremidad.

Él calla un momento.

—Tenemos que salir Nila, no sé cómo, pero hay que hacerlo, no tengo ganas de morir ahora, no antes de cumplir diecisiete.

—Es gracioso, yo tampoco quiero morir antes del mío.

—¿Se te ocurre algo?

—No, pero trataré de pensar en que podamos hacer.

—Está bien.

Se escuchan pasos a lo lejos. Abren la puerta.

Es Aaron, trae una bolsa grande.

—Regresé. Traje jugo de manzana —me habla feliz, como si la situación fuera casual.

—¿Y cómo piensas que coma si estoy acostada y con las manos atadas?

—Buena pregunta.

Da unas vueltas por el lugar, se dirige a la salida, mira si no hay alguien cerca y cierra la puerta con cuidado.

—Bien preciosa, si prometes no hacer algo estúpido, te desataré un rato.

—Está bien —le contesto no muy segura.

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