Capítulo XI

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Karsten

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Karsten

      Esto es incómodo.

      No es como si nunca hubiera orinado frente a alguien más, pero jamás me habían prestado tanta atención.

      —No es como si fuera a fugarme por el retrete —digo con la esperanza de que mi voz ahogue el constante sonido de la orina rompiendo la superficie del agua.

      La miro sobre mi hombro. Mercy está de brazos cruzados, apoyada contra el umbral de la puerta y mirándome bajo la visera de su gorra. Me pregunto si se la saca para dormir.

     —Podrías intentarlo. —Se encoge de hombros.

     —¿No podrías haber enviado a Myko o al tipo que quiere desfigurarme en su lugar?

     —Se burlarían de lo que estás sosteniendo entre tus manos.

     Esta sería una conversación divertida si no estuviera tan seria y emanando desdén de cada poro.

     —¿Y tú no? —digo tratando de aligerar el ambiente.

     Ella arquea una ceja y lo piensa mientras termino de hacer lo mío y me subo los pantalones.

      —No en voz alta.

      Eso dolió más que la paliza que me acaba de dar.

      Me obliga a seguirla otra vez a la sala de estar, que consta de una habitación con sofás destartalados, un escritorio y una especie de mesa central llena de cables, armas y aparatos que desconozco.
     Esto no parece un hogar, no hay nada aquí que me haga pensar que les pertenece. Parece como si acabaran de llegar. Los muebles que hay contra las paredes de tapiz rasgado están cubiertos por una delgada capa de polvo y el moho se extiende por las esquinas de los techos.

      —Hora de empezar. —Mercy empuja una mano contra mi pecho, obligándome a retroceder y caer en uno de los sillones individuales. No está acolchado y la poca goma espuma que queda es visibles por las rasgaduras en la tela.

      —Espero que te guste el maíz enlatado y los huevos revueltos. —Letha entra a la habitación con un plato hondo y un vaso de agua en mano.

      El estómago me ruge. Lo último que comí fue cortesía de Devonne. Me dio un puñado de maní salado, aceitunas y una cerveza que no tomé.

     —Le brillan los ojos del hambre —acota la que creo que se llama Nisha, bajando por las escaleras seguida de Myko—. ¿No deberíamos usar eso a nuestro favor y solo darle de comer una vez que haya respondido todo? Habla o su tripa gorda nos toca una canción, así de fácil.

     —Estoy de su lado. —Clay llega del mismo lugar que Letha y se sienta en el sofá de dos cuerpos frente a mí, extendiendo su brazo por el respaldo—. A eso se le llama estrategia. Además, si fuera por mí, a este no le daría ni la libertad de ir al baño. —Hace un ademán con la cabeza en mi dirección mientras le agradezco a Letha por lo bajo y tomo el plato.

Sin piedadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora