«No importa lo rápido que viaje la luz, siempre se encuentra con que la oscuridad ha llegado antes y la está esperando.» -Terry Pratchett.
• Histora ganadora de los premios WATTY 2019 en la categoría de misterio & suspenso.
• Primer libro de la trio...
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Karsten
Estaba sentado en el retrete, intentando... Intentándolo.
Me subo los pantalones tan rápido como puedo. Agradezco ni siquiera haber comenzado. Creo que nunca estuve tan agradecido de tener el estómago vacío hasta el día de hoy.
—¿Interrumpo algo? —dice dejando su mochila sobre el lavabo y enfrentándose al espejo.
—¿Tú que crees? —pregunto subiéndome el cierre.
Tengo el corazón agitado.
—¿Tienes la costumbre de desnudarte para hacer del dos? —continúa antes de llevar una mano a la visera de su gorra y tirar de ella para quitársela.
La deja colgar de una de las llaves de la bacha y levanta la mirada. Sus ojos se encuentran con los míos en el vidrio manchado. Parece una persona distinta sin nada que deje caer una sombra sobre su rostro. A pesar de estar siempre usando gorra su cola de caballo está perfecta y tirante, como si usara laca para fijar cada hebra y asegurarse de que no se moviera.
Su rostro es un óvalo pequeño y pálido. Sus cejas casi no tienen arco, son prácticamente rectas y eso atribuye a que su expresión, o más bien falta de esta, sea incluso más intensa. Ya no reprime ninguna sonrisa, el momento que le ha hecho gracia ya ha pasado y sus labios vuelven a ser una línea que no tiene propósitos de hacer reviros.
Recuerdo su pregunta. Bajo la mirada a mi pecho desnudo y luego a la camiseta que chorrea del borde de la bañera. Intenté lavarla, pero el agua de aquí sale sucia a pesar de que la dejé correr por un tiempo. Está, además de rota, todavía manchada con sangre seca gracias a su golpiza y con un olor repulsivo. No me la he cambiado hace seis días.
No he tomado una ducha en seis días.
—¿Tienes la costumbre de irrumpir cuando alguien está en el baño? —La primera vez estaba haciendo del uno.
No sé cuál fue más incómoda.
Me tenso en cuanto tira del dobladillo de su camiseta y se la quita. Aparto la mirada incómodo pero la imagen de su sostén negro ya está almacenada en mi memoria y presiento que me hará compañía por un tiempo.
—Siéntete libre de mirar, no me incomoda —dice, y por el rabillo del ojo la veo rebuscar por algo en su mochila—. Es lo mismo que ver a alguien en bikini... bueno, si se siguieran usando. —Camina con una camiseta limpia en mano hasta mí. No me queda remedio más que mirarla, y a pesar del tono travieso en su voz su rostro es circunspecto—. Pero debo reconocer que me sorprende —continúa, dando un paso más cerca. No hay mucha diferencia de altura entre nosotros, por lo que estamos casi nivelados—. No pareció importante la privacidad corporal de Nisha cuando metiste mano en su cinturón y le robaste el cuchillo.
Sin quitarme el ojo de encima se pasa por la cabeza la camiseta, y luego por cada brazo. Me pregunto por qué Nisha no ha derribado la puerta para este momento y me ha ahogado en la bañera.
—Es olvidadiza —responde, leyéndome el pensamiento—. ¿Crees que carga con media docena de armas porque le gusta? Estás en lo correcto, pero también porque suele perderlas en las huidas o dentro de los intestinos de alguien en alguna pelea callejera. Se le hace fácil perder la cuenta.
Retrocede y vuelve a su lugar frente al espejo, metiendo la prenda sucia dentro de la mochila y sacando en su lugar un cepillo.
—¿Por qué no le dijiste? —Pregunto.
Ella tira de la liga que sostiene su cabello y lo libera. Cae en cascada sobre su hombro izquierdo y me mira a través del cristal.
—¿Por qué lo tomaste?
—Necesito estar armado —explico.
Ella asiente, sorprendentemente comprensiva.
—Todos lo necesitamos. Solo procura que ni ella ni Clay lo vean.
Con eso finaliza el asunto. Es como si comprendiera tan bien todos los motivos que ni siquiera tuviera que intentar explicárselos. Es un voto de confianza, o tal vez piensa que soy inofensivo. Si no me atrevo a golpear a alguien mucho menos usaré un cuchillo en su contra.
Ella comienza a cepillarse el cabello.
—¿Vida dura? —pregunta, inspeccionando el reflejo de mi pecho.
—Chica dura —corrijo, ella mofa cuando traigo a colación la paliza—. Pero sí, además de eso... —Pienso en mi padre, en la cantidad de veces que tuvo que golpearme para llegar a este punto donde casi nada me duele—. Vida dura.
Se siente extraño, pero por primera vez desde que salí del recinto de Henning me encuentro lo suficientemente cómodo —o tal vez por demás de cansado—, como para bajar la tapa del retrete y dejarme caer como sosegado.
—Encontraremos a Enora y te ayudaremos a sacar a tu madre de los juegos de Henning —asegura por lo bajo, como si me estuviera haciendo una clase de promesa.
Por un momento me olvido del cuento que inventé. En realidad mi madre está sana y lejos de todo esto, o eso me gusta pensar.
—Me pregunto cuánto, qué y quién nos va a costar —murmuro, y a pesar de que ella asiente como si entendiera sé no lo hace.
Mercy probablemente esté pensando en la cantidad de personas que haya que eliminar para llegar a recuperar a su hermana.
Yo estoy pensando qué me costará traicionarla a ella y a sus amigos.
Pero un trato es un trato, no importa con quién se haya estrechado las manos. Le pedí a Henning que matara a mi padre y debo pagarle por eso.
—Hay personas que lo valen todo, Karsten —dice convencida antes de guardar el cepillo, cargarse la mochila al hombro y abrir la puerta. Nos sostenemos la mirada por un segundo y me veo reflejado en ella: solo quiere cuidar a su hermana como yo quise cuidar a mi mamá, y eso la está consumiendo—. Te toca dormir en el piso, por cierto.
Se va.
Su gorra queda olvidada colgando de la llave del agua.