Capítulo XVII

4.6K 934 104
                                        

Karsten

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Karsten

      Siempre fui rápido de manos.

      Un día, cuando era niño, mi madre me permitió acompañarla al mercado. Usualmente por miedo a que hubiera alguna pelea callejera o algo mucho peor me pedía que me quedara en el barrio. Esa vez en particular no teníamos mucho dinero y lo que teníamos para hacer trueque no valía mucho, ni siquiera para una lata de maíz o más de dos manzanas.

     Por eso, mientras ella estaba rogándole a un comerciante que le rebaja una tira de pan, robé del mismo puesto dos panecillos y un bollo de canela. Me los guardé en los bolsillos y me quité la campera para amarrármela a la cintura y disimularlo. No fue hasta que llegamos a casa con solo media tira de pan y una sopa enlatada para la cena que saqué el botín.

     Mi madre estaba enojada, pero era tanta su furia que no pudo hacer más que largarse a llorar en el cocina.

     —¿Lloras porque soy un ladrón? —pregunto preocupado cuando se sienta en el piso, cubriéndose el rostro con las manos—. Porque puedo devolverlo, no lo mordisqueé. Lo juro, mira. —Le tiendo los panificados, culpable—. Míralos. Solo tienen algunas pelusas, todavía se pueden comer.

     De llorar pasó a reír mientras negaba una y otra vez con la cabeza. Ahora entiendo que el asunto no fue que hubiera cometido mi primer delito, sino que creí estar obligado a hacerlo. Ella estaba molesta y afligida por toda la situación en general, pero sobre todo porque su hijo estaba naturalizando este mundo fragmentado.

    Robar por tener hambre no estaba bien, ¿pero alguien podía decir que estaba mal? Uno no ve la línea cuando le ruge tan fuerte el estómago.

     —No vuelvas a hacer eso excepto que en verdad, de verdad, de verdad... no tengas nada para comer y estés solo, cosa que no pasará por ahora, ¿sí? Nosotros tenemos algo de pan y sopa, eso el algo —advierte secándose la humedad en sus mejillas con el dorso de la mano mientras me arrodillo frente a ella.

     —Los robé por si la sopa y el pan no alcanzaban —me justifico mirando apenado el bollo de canela.

     —Puedes comértelos, pero solo porque el señor del mercado ya debe haberse ido a su casa y eso se echará a perder para mañana—acepta mirando brevemente la ventana. Está oscureciendo, y eso indica que papá va a llegar en cualquier momento—. Vamos, come —anima.

     No dudo. Hace mucho que no como algo dulce. Me meto todo el bollo en la boca antes de ir por los panecillos. Mamá se ríe y le tiendo uno.

     —No puedo acabarme todo yo solo —digo con la boca llena.

     Ella acepta uno y el otro lo escondo en el armario de mi pieza. Lo compartiré con ella cuando me vaya a dar las buenas noches, después de la cena.

     No puedo evitarlo y sonrío en la penumbra de las alcantarillas al recordar que, al abrir el armario dos horas más tarde, el panecillo estaba siendo devorado por hormigas. Ya nadie fumigaba sus casas, y la nuestra no era exactamente la más limpia.

     Lloré tanto por ese panecillo que mi madre durmió conmigo esa noche. Mi padre estaba lo suficientemente borracho como no despertarse más cuando tocó la almohada.

     —¿Algo gracioso que quieras compartir? —Retrocedo en cuanto Clay me alumbra directamente al rostro con su linterna.

     Levanto una mano para bloquear la luz mientras uso la otra para guardar rápidamente uno de los cuchillos que quité del cinturón de Nisha en el bolsillo trasero de mis pantalones. No puedo estar desarmado, y mientras distraía a todos con un repentino intento de ligue volví a hacer uso de esas viajas habilidades de manos rápidas roba-panecillos.

     —No seas así, Clay. —Letha lo obliga a bajar su linterna suavemente y él bufa.

     —Si ya terminaron de jugar me gustaría avanzar, ¿o debo recordarles que puede que haya gente que esté por irrumpir en casa y hacer su camino hasta nuestros traseros? —espeta Nisha alumbrándonos antes de pasar el foco de luz hacia Mercy, quien se ha alejado unos cuantos metros con la linterna de Myko para estudiar los dos posibles caminos que hay al frente. Atrás nuestro solo hay uno—. ¿Ya te ubicaste en tiempo y espacio? Porque no tenemos un mapa.

     —Confío en que nos llevarás hacia un burdel de pasada a la boca del lobo para ir por Enora —bromea Myko—. Solo como incentivo para completar la misión.

     La luz artificial juega con las sombras que crea su gorra sobre su rostro cuando nos mira. Tiene una expresión que sobrepasa lo pensativa de ser posible. Es como si estuviera calculando los metros por recorrer, la probabilidad de perderse, el tiempo de llegada y una decena de cosas más a la vez.

    —Iremos a la vieja estación que hay cerca de la Cueva de Cerbero, vamos. —Hace un ademán con la cabeza hacia el segundo túnel, justamente del que proviene un olor más intenso y nauseabundo. Qué lindo—. Son varias horas a pie, así que buscaremos un lugar donde pasar la noche y tomaremos el tren de la madrugada para ir hacia la base de Henning.

     Ni siquiera nos espera, ella ya comienza a caminar dándonos la espalda.

     —Suena como un plan, lástima que debamos ir por el camino que huele a muerte penetrante. —Myko ajusta las correas de su mochila y suspira con pesar.

    —Nunca pensé que coincidiríamos en algo —acuerda Clay mientras todos nos ponemos en marcha. Esta vez es Nisha a quien le toca custodiarme.

     Hicimos un supuesto trato, pero que no confían en mí y que piensan que saldré corriendo a la primera oportunidad que se me presente es evidente. Ella me empuja para que me apresure y tiro de mi camiseta hacia abajo, buscando mantener oculta el arma.

     Caminamos por charcos de agua estancada con el constante zumbar de las moscas, el goteo de tuberías y el agudo sonido de las uñas de las ratas mientras se escabullen a medida de avanzamos. El lugar es sombrío y el olor a óxido y putrefacción satura el aire, haciéndolo más fétido. Pronto las pisadas se sincronizan y nadie emite sonido salvo por las repentinas maldiciones de Myko cuando roedores sucios pasan entre sus piernas o los jadeos ahogados de Letha cuando no sabe lo que acaba de pisar.

     Mercy nos guía por kilómetros y me pregunto cómo es que sabe hacia dónde ir sin un mapa del alcantarillado, los cuales habrán ardido hace tiempo cuando prendieron fuego la municipalidad de esta ex ciudad.

     El Globo ahora se conoce como si fuera una gran metrópoli, pero la realidad es que fue confeccionado por las pocas ciudades que quedaron en pie cuando el país cayó a merced del descontrol y varias localidades fueron reducidas a cenizas, convertidas en puestos de avanzada de los Rebeldes o, en algunos casos, un destino peor.

     Algunas fueron convertidas en cementerios sin lápidas.

Sin piedadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora