Capítulo XVI

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Mercy

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Mercy

       El polvo forma un nube en el sótano mientras Clay vuelve a golpear con el martillo la pared. Los pedazos de ladrillos mohosos hacen eco cuando caen contra el cemento y las vigas en el techo tiemblan con cada golpe. La nube crece y nos va tragando poco a poco. Letha tose y Myko saca del bolsillo de su chaleco su viejo pañuelo amarillo para que se cubra la nariz y boca.

     —Asumo que detrás de la pared hay un túnel que nos llevará a alguna parte, ¿pero no creen que nos van a seguir cuando irrumpan en la casa y vean este gran hoyo de medio metro en vertical? —Karsten habla por primera vez.

     Es bastante valiente teniendo en cuenta el humor y la tensión actual.

     Valientemente estúpido.

     —Lleva a las alcantarillas, que es prácticamente un laberinto —informo mientras rebusco en mis jeans por las llaves de sus esposas—. No hay forma de que sepan hacia dónde vamos.

      Me acerco y lo noto tensarse mientras lo rodeo. Una vez tras él comienzo a forcejear para quitárselas. Están algo oxidadas y noto que la piel se le pone de gallina cuando respiro en su cuello.

     Resulta irónico que Henning quiera llevarme a la fuerza cuando estoy yendo voluntariamente hacia él. Creo que ha enviado refuerzos porque se percató de que no hay señales de Karsten y, lo más probable, es que lo tengamos como rehén intentando sacarle información. No se equivoca, pero es beneficioso el hecho de que nos busque creyendo que estamos huyendo dado que no sabrá nada sobre nosotros infiltrándonos en su recinto para sacar de allí a Enora.

    Siempre y cuando sus hombres no nos alcancen y adviertan hacia dónde nos dirigimos, por supuesto.

    —Gracias —murmura por lo bajo cuando las esposas caen con un ruido agudo al piso.

     Él comienza a frotarse las muñecas mientras da media vuelta para enfrentarme. En sus ojos mieles no hay enojo o disgusto por ser tratado de la fatal forma en que lo fue, y poniéndome en su lugar me doy cuenta que yo hubiera reaccionado de una forma mucho más diferente.

     Este chico se aseguró de no levantarme la mano y que estuviera bien cada vez que me empujaba mientras yo intentaba hacerlo sangrar con un puño de acero, y no hace más de una hora que maté a un hombre.

    No hay punto de comparación.

    —Creo que está listo —dice Clay con la voz algo agitada, limpiándose el sudor de la frente con la camiseta recortada en las axilas para parecer musculosa. La piel morena de sus brazos está blanca y roja por el polvillo hasta los bíceps.

    —De acuerdo, vamos a visitar a los parientes de Myko. —Nisha se inclina para alcanzar la mochila de Letha y la tira sobre su hombro a pesar de que ya tiene la suya puesta.

    Es su manera de decir «Lo siento» por ser tan brusca —tan Nisha—, pero Letha aún no está preparada para hablar sobre eso o cualquier otra cosa. Aparta la mirada con timidez.

     —Si tuviera más parientes me ofendería que los llamases ratas —responde el chico ajustando las correas de su propia mochila y dándole un asentimiento de cabeza al notar el gesto que tiene con su hermana.

     Myko, a diferencia de todo el mundo aquí e incluso en El Globo, acepta el perdón de forma inmediata. Eso me recuerda mucho a mi hermana.

    En fila debemos agacharnos para pasar por el agujero. Me aseguro de ser la última y tener a Karsten frente a mí. Nos adentramos en una especie de corredor de concreto en bajada y Clay, Myko y Nisha encienden sus linternas para iluminar el pasillo mohoso, húmedo y atravesado con telarañas de lado a lado. Se oye el correr de lo que reconozco que son ratas y, por la forma en que todos gimen e intentan cubrirse la nariz, un olor nauseabundo debe estar impregnado en el aire estancado de aquí.

     Cuando el país comenzó a desmoronarse muchas personas comenzaron a tener planes de escape. Cuando los saqueos, las usurpaciones y las matanzas se hicieron habituales tras la crisis económica, política y social algunos hicieron de sus hogares un fuerte y otros lo convirtieron en una vía de salida rápida ante cualquier inconveniente.

     Esta casa le perteneció al abuelo de Clay, quien murió hace muchos años. Cuando Enora, Nisha y yo llegamos a la ciudad y él nos dio cobijo, más tarde nos explicó que su abuelo mismo había vuelto a levantar la pared sobre el paso a las alcantarillas porque muchas personas que eran perseguidos por el antiguo gobierno usaban los sumideros para escapar y se metían en las casas con los que estaban conectados. Le advirtió a Clay que solo derrumbara la pared si necesitaba salir, y una vez que lo hiciera era mejor que no volviera. La casa ya estaría usurpada.

     Sin embargo, nos encargaremos de esa posible situación una vez que recuperemos a Enora. Todos estamos de acuerdo en eso, ni siquiera es tema de discusión.

    —Voy a gritar si veo una rata de verdad —advierte Myko antes de saltar.

    Hay una especie de escalón de medio metro que se debe bajar para seguir el camino cilíndrico de la red de alcantarillas.
Él le tiende la mano para ayudar a bajar a Letha, quien aún sostiene el pañuelo amarillo contra su boca y nariz, mientras Clay alumbra y estudia todas las direcciones posibles a tomar. Cuando Nisha salta sus botas de combate salpican a todos hasta las rodillas. Karsten le sigue y me sorprende la facilidad y la carencia de quejas cuando lo hace. Otra persona en su mismo estado ni siquiera sería capaz de sentar su culo sobre una silla sin lagrimear.

     Soy la última y me quedo inmóvil en cuanto él se gira y me tiende una mano.

     —¿Qué crees que haces? —Inevitablemente arqueo una ceja.

     —Te ayudo a bajar. —Parece que lo dice en serio.

     Es absurdo teniendo en cuenta que prácticamente lo he secuestrado. Yo no sería amable con él si la situación fuera al revés.

    —¿Crees que necesito ayuda para bajar un escalón? —indago saltando y cayendo a su lado seguido de un «splash».

    —No, pero podrías haber usado eso como excusa para tomarme de la mano.

    Lo miro sin saber qué responder.

   ¿Esto va en serio? Estamos siendo perseguidos por Henning, a quien está dispuesto a traicionar si lo ayudamos y, ¿cree que es el mejor momento para coquetear? ¿Justo con la chica que más lo maltrató?

   El comportamiento es extraño. Demasiado.

    —Creo que alguien quiere que vuelvan a ponerle las esposas —se carcajea Nisha con malicia.

Sin piedadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora