Capítulo XLVIII

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Karsten

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Karsten

        El crujido de la madera me despierta.

        Me incorporo sobre un codo algo desorientado en la cama y veo que la puerta está entreabierta, no cerrada como la había dejado. Mis ojos caen en la mesa de luz a mi lado, donde descansan dos tazas de té humeante.

        Paso a mirar a Mercy, quien duerme acurrucada sobre su costado no herido. Nos hemos quedado dormidos con el libro descansando entre medio, mirándonos en silencio hasta que los párpados pesaron demasiado.

        Me acomodo contra la cabecera y alcanzo una taza, cortesía de Letha, estoy seguro.

      La lámpara de noche sigue encendida, lanzando una suave luz sobre ella. Se ha deshecho de su gorra y su liga del cabello mientras leía. Su pelo ahora se abre como un abanico sobre la almohada. No hay mechones que obstruyan su rostro. Es tan extraño verla dormida, como si fuese una persona diferente: en sueños no la alcanza la dureza de la realidad, sino la suavidad de una oscura serenidad. Al menos, mientras que las pesadillas no aparezcan.

       Doy un sorbo al té. Me quema un poco la garganta, pero no me importa. Es lo mínimo que me merezco.

      «Es verdad que complicaste mi vida, pero a veces también pareces ser lo necesario para solucionarla

       Tenía tantas ganas de decirle que soy la razón de sus problemas, pérdidas y heridas. Me dijo que confiaba en mí, y mirándola a los ojos no fui lo suficientemente valiente como para decirle que no debería.

      Desde el primer momento que la vi las palabras de Henning cobraron sentido. Me advirtió que ganarme su confianza no sería tarea fácil dado que la gente más herida es la más difícil a la cual llegar. Sin embargo, lo logré. Se tragó mis mentiras, me protegió y ahora cree que está en deuda conmigo. Me mostró sus miedos y también todas sus virtudes. Me dijo que era bueno y que haría lo que estuviera a su alcance para ayudarme a reunirme con quien amo.
 
     Por algún motivo sé que lo dijo en serio.

     Pero todo sigue siendo una mentira, y al final del día la traiciono cada segundo en que sigo guardando la verdad. No me siento orgulloso. La vergüenza pesa y el pánico me va consumiendo poco a poco al saber que ya es hora de hacerle saber a Henning que estamos cerca.

      Durante la mayor parte del viaje intenté no pensar en este momento, en las horas previas a darle la espalda a toda esta gente que, a pesar de todo, se sacrificó y sacrificaron a otros por mí de una forma u otra. Pero es inevitable.

      Dejo la taza donde estaba y me vuelvo para recoger el libro. No sé por qué, pero aspiro el aroma de las páginas y una flor marchita cae sobre mi regazo. Es una rosa seca. Recuerdo que el farmacéutico de mi barrio también usaba flores como marcapáginas —¿Acaso algo mejor que libros y primavera eterna? Decía—, y voy a la que esta estaba marcando. Aparto algunos pétalos secos que restan sobre las líneas y veo que han resaltado con lápiz un párrafo. Miro a Mercy y la forma en que su pecho sube y baja con tranquilidad antes de leerlo:

"No tenía alas para volar lejos ni dinero para tomar el bus, pero se tenía a sí misma en ese mundo lleno de peligros. Entonces, decidió correr. Se alejó de todo mal que había en el mundo, anhelando una realidad diferente donde la bondad prevaleciera en el tiempo. Deseó una vida mejor, y recogiendo los pedazos rotos que quedaban de sí, los abrazó contra su pecho y huyó. Esa fue la noche en que Salmeé corrió las estrellas."

      Aparto el libro y vuelvo a recostarme junto a ella. No me atrevo a tocarla a pesar de que quiero. Solo pensar en lo disgustada que estará, en la repugnancia y rechazo que le generaré cuando se entere de que todo ha sido una trampa, me obliga a mantener las manos quietas. Contemplo a una chica que le hace frente a un mundo devastado y aterrador por las personas que ama, que muestra fortaleza para que no se note la cantidad de veces que la rompieron y no se percaten de su necesidad de paz.

       Entonces, pienso en mi padre.

       Él hacía mi mundo arder y mi madre, al igual que Mercy, es el tipo de persona que trata desesperadamente de protegerte de las llamas. Sin embargo, alguien siempre termina quemándose.

      Yo recurrí a Henning para que el fuego consumiera a mi papá y lo hiciera desaparecer, y ahora debo cargar con lo que cuenta reducir una persona a cenizas.
Lo hice por mi madre, y sé que ella no estaría orgullosa de mí por hacerle esto a unos chicos que solo tratan de salvar a una de los suyos, pero no hay otra opción.

      Yo la amo a ella profunda, natural y desesperadamente. La familia está primero. Lo estuvo antes de que El Globo se convirtiera en lo que es y lo seguirá estando. Ir contra Henning ahora sería sentenciar a mi pequeña familia cuando él la ayudó cuando nadie más lo hizo.

      Sin él sé que mi madre estaría muerta.

      —En verdad lo siento —susurro, memorizando desde el contorno de sus labios hasta la delicada caricia de sus delgadas pestañas a sus pómulos.

       La familia está primero.

       Lo repito hasta quedarme dormido, pero sé que también merezco arder tal cual lo hizo mi progenitor

      A pesar de eso, un trato en un trato, y siempre lo será.

       La familia está primero.

       Siempre lo estará.

Sin piedadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora