Capítulo XXIV

4.3K 885 50
                                        

Mercy

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Mercy

     —Mercy —llama Clay, pero continúo caminando—. Mercy, espera —insiste acelerando el paso, pero mantengo mis ojos anclados al frente—. Diablos, Mer, ¡qué esperes un maldito segundo!

      Me toma por el codo y obliga a girarme. Cuando nos enfrentamos noto que está algo agitado, con sus ojos oscuros brillando enfadados.

     —No hagas esto —farfulla por lo bajo, a modo de advertencia, mientras me zafo bruscamente de su agarre.

      —¿El qué? —espeto, desafiándolo a que continúe.

      Sus palabras vacilan y, a pesar de que es lo que quiero, no me echo a andar dejándolo atrás.

       —¿Recuerdas la última vez que estuvimos aquí? —inquiero.

       Su nuez de Adán se desliza a lo largo de su garganta mientras traga. El recuerdo titila y trae al presente la misma preocupación que sentimos en aquellos días.

       —Esto es diferente —asegura.

       —No mucho, en realidad —murmuro.

       Tiempo atrás, hace alrededor de tres años, también vinieron tras nosotras. Intentaron llevarme a la fuerza mientras hacía negocios con Yairin en el Ducto del Grifo. Primero quisieron hablar, pero en cuanto dijeron que mi padre los había enviado cualquier conversación civilizada quedó olvidada. Cuando se me vinieron encima supe que mi progenitor nos quería llevar forzosamente otra vez a su lado; no se trataba de asegurarse que estábamos bien y en todo caso ofrecernos una mano.

      Yairin usó una metralleta.

      Ninguno tuvo la oportunidad de decir algo más, y luego, cuando le conté a Clay, Nisha y Myko qué había ocurrido, vinimos a la Cueva de Cerbero a cargarnos hasta los dientes de armas. Nadie intentó nada más en mi contra o la de mi hermana, y con el tiempo vendimos esas armas para tener algo de pan en el estómago antes de irnos a dormir por la noche.

      —La última vez que vinimos teníamos con qué pagar, al menos —señalo—. Lamento si no quiero oírte traerme recuerdos de la última vez que estuvimos aquí por circunstancias de mierda, y ahora, por incluso peores. No lo mejora el hecho de que me vea obligada a mentirle y robarle todo ese armamento a Uxia, ¿sabes lo que podrían hacerle si lo descubren?

      —Vamos a devolver todo lo que vayamos a llevarnos, ¿de acuerdo? —Hace una pausa esperando una respuesta, pero lo único que obtiene es a mí cruzándome de brazos—. Esto es por Enora. Ella lo entenderá, y yo mismo le diría la verdad si no fuera porque a sus superiores les importa poco y nada tu hermana. De esta forma al menos tenemos lo que necesitamos para recuperarla.

      Por más buena que sea Letha regateando, Myko jugando a las cartas y Nisha y Clay en el combate cuerpo a cuerpo en las luchas con apostadores, todo lo que obtienen solo nos alcanza para llenarnos la boca un par de días. El valor del armamento que hay en este lugar es imposible de costear hoy en día para nuestro grupo.

      Así que decidieron robarlo.

      Yo propuse ir tras Henning sin nada, arreglárnosla para quitarle las armas a sus discípulos o a quien sea que nos encontremos por el camino, pero por voto mayoritario, o sea de todos menos Letha sin contarme, perdí.

       No quiero hacerle esto a Uxia. Se lo haría a cualquiera, pero no a ella.

       —Solo enfócate en el plan. Sé que es horrible decirlo en voz alta, pero Enora está primero que cualquier cosa que pueda pasarle a Uxia. A lo mucho la despedirán, le darán una paliza o terminaran rápidamente con ella de una sola bala. —Es crudo, pero realista—. ¿Pero a tu hermana? Ni siquiera tiene diecisiete y puede que ya la hayan mutilado, torturado, violado entre quién saben cuántos o... —Se obliga a detenerse al notar que aprieto la mandíbula con fuerza, impotencia y rabia—. Ella va a primero, Mercy. Es de las nuestras.

      —Lo sé —concuerdo—, pero nosotras le debemos mucho a Uxia y a pesar de que sé lo que tengo que hacer no puedo evitar sentirme como la peor escoria humana en este instante.

      Clay sonríe de lado. Es una gesto apenas visible, cargado con cierta tristeza.

     —Eres una horrible persona, todos los somos, pero recuerda que no eres la que se lleva el primer puesto. —Su mano vuelve a mi brazo para dar un suave apretón—. Y no lo obtendrás nunca, lo sé. Deja de darte el crédito de ser la peor cuando hay personas como Henning.

      —Henning —repito chasqueando la lengua con amargura—. No puedo creer que estemos por lidiar con esa basura.

      —Todavía quedan dos días para llegar a Raigón si todo sale según lo planeado —me recuerda imitando mi cruzamiento de brazos y posicionándose a mi lado. Ambos contemplamos el flujo de gente y las armas de acero captando la luz artificial de las paredes—. Sé que el plan es ganar dinero para los pasajes de tren haciendo algunas apuestas, ¿ya sabes dónde vamos a pelear?

      —Dejé a Nisha la tarea de averiguar dónde se organizan esas cosas. Cuando regresemos nos prepararemos y al caer la noche nos vamos con mochilas y todo. No hay que perder tiempo, en cuanto tengamos el dinero marchamos directo a la estación.

      —Suena como un plan.

       Suspiro, sabiendo de antemano que los planes tienden a caer en picada, cambiar o simplemente hacerse añicos contra la realidad.

      —Suena como uno, hay que ver si podemos ejecutarlo.

      Dejamos que el silencio se instale entre nosotros por un rato. Vemos a las pandillas ir y venir y fajos de billetes ser pasados de mano en mano. Vemos drogadictos inyectándose mierda dentro del cuerpo y otros regateando por los precios.

      —¿Qué haremos con Karsten? —pregunta Clay de repente—. ¿Esposarlo en el baño del cuarto o qué? Sé que tenemos un trato, pero no me fío de él. Creo que podría escapar en cuanto se le presente la oportunidad.

      —Exactamente por eso vamos a llevarlo con nosotros esta noche. El chico tiene que conocer las consecuencias a las que se enfrenta si nos da la espalda.

       Clay ríe con algo de ánimo.

      —Pensé que ya las conocía. Tu paliza le sigue sentando fatal, estéticamente hablando. Su barbilla está horrible, es multicolor.

      —Su torso no está tan mal como su cara —acoto.

       El moreno permanece en silencio, y cuando lo miro extrañada de la carencia de comentarios al respecto sé lo que está pensando: ¿En qué momento lo viste sin camiseta, eh?

Sin piedadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora