Capítulo XXXVI

3.6K 824 93
                                    

Enora

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Enora

      Todo ha sido demasiado confuso hasta ahora, pero poco a poco la luz y la nitidez llegan a dar sentido a los rincones de mi memoria que parecían tan enrevesados, incoherentes y oscuros.

      Tras que irrumpieron en casa esos desconocidos, me defendí a duras penas para terminar inconsciente de un golpe y hasta el momento en que desperté en una habitación a oscuras, sentí que el tiempo volaba y no encajaba con las acciones realizadas.

       Era como estar soñando; en lo que se percibía como un minuto, a pesar de que eran horas, los escenarios cambiaban tantas veces como el subconsciente lo quería.

      Cuando me desperté a solas en ese cuarto vacío empecé a tantear las paredes hasta sentir el frío metálico de una puerta bajo las yemas de mis dedos. La golpeé con fuerza y me arrepentí de haber rogado por respuestas en cuanto la abrieron y terminaron arrastrándome pasillo tras pasillo los mismos que me había alejado de casa.

       Terminamos en un piso subterráneo, lo que antes hubiera sido una cochera. Cuando me metieron dentro de esa jaula deseé volver a la habitación.

       Nunca me dirigieron la palabra. Nadie trató de negociar algo o amenazarme. Ellos simplemente me tenían cautiva como si estuvieran a la espera de saber qué hacer conmigo. Lo único que me hicieron mientras estaba inconsciente, o eso deduzco por la marca en mi antebrazo, es haberme sacado sangre.

      Si me hubieran inyectado algo supongo que tendría algún efecto, pero de momento no hubo ninguno.

      —¿Te encuentras mejor? —pregunta Zenás, apartando la mirada del camino.

      Su papel aquí también es confuso. La carencia de respuestas es abrumadora, pero temo preguntar y que las contestaciones terminen aterrándome aún más. Creo que lo he estado evitando demasiado.

      Asiento sonriéndole un poco.

      —Gracias —susurro otra vez.

      El silencio pesa mientras maneja a través del árido camino. Pasamos de estar escondidos en ese armario de limpieza a correr a través del mismo estacionamiento donde había estado antes, cuando un punto verde comenzó a titilar en su reloj. Sin embargo, los perros en las jaulas no ladraron y las luces rojas que indicaban el funcionamiento de las cámaras estaban apagadas. Solo corrimos un par de metros hasta que encontramos una docena de Jeeps mal estacionados. Él tenía la llave de uno y así huimos, lo cual fue tan extraño como tranquilizador.

      Me giré en el asiento del pasajero mientras nos alejábamos, admirando por primera vez la grandeza y belleza de ese edificio que se sentía tan frío y horrible por dentro. Lo reconocí de inmediato a pesar de los años.

      —Estoy lista —aseguro, llevándome una mano al abdomen pero apartándola al instante. No quiero pensar si él o ella pudo resistir cada pelea y maltrato. Me gusta creer que sí, pero no lo sabré hasta ver al doctor que Zenás me aseguró que los atiende donde sea que vive—. Dime la verdad.

      Ya no siento miedo. Antes el pánico me estaba consumiendo tanto que no importaba saber nada que no fuera qué iban a hacer conmigo, con nosotros.

      —Creíste que mi padre te había secuestrado, ¿verdad? —pregunta en su lugar, pero no con tono acusatorio.

      Le sonrío con pesar, afirmándolo. Él suspira. Sus ojos ámbar brillan con cansancio.

      —Entonces sabes que él y tu padre se pelearon tras la revolución, que están en lados opuestos. —Frunce el ceño, como si él aún no pudiera terminar de comprender cómo dos hombres que crecieron como hermanos terminaron en bandos diferentes—. Pero esto no se reduce solo a ellos. Briseida ha vuelto.

       —¿La presidenta derrocada? Pero acabamos de salir de la Casa de Gobierno, la que había sido usurpada hace años.

      —Ha vuelto —repite con preocupación—, y si logró recuperar el corazón de la resistencia rebelde, simbolizado por ese edificio, es cuestión de tiempo para que recupere El Globo.

       Me tomo un segundo para digerir las palabras. Si el ex gobierno me tenía en sus manos solo fue para enviar un mensaje a mi padre: venganza, o la promesa de ella. En los análisis de sangre saldrá de mi embarazo y eso solo aumentará la desesperación de Katriel Orlov por recuperarme.

       Soy la carnada de una trampa tan ruin.

       —Pero está bien, ya todo lo está —se apresura a asegurar cuando nota que las piezas del rompecabezas acaban de encajar para mí—. He estado de infiltrado entre los hombres de Briseida por casi medio año. Cuando te capturaron mi misión cambió, ahora voy a llevarte con...

      —Papá —susurro conmocionada—. Estás del lado de mi padre aquí.

      Él asiente y mi siguiente pregunta hace que sus nudillos se tornen blancos sobre el volante.

      —¿Y qué hay del tuyo? ¿Por qué no elegiste a Henning?

     No soy capaz de procesar que voy a ver a mi padre luego de tantos años, y él no parece procesar que, posiblemente, no volverá a ver al suyo por su elección de bando.

     —Henning es un monstruo, Enora —dice por lo bajo, con tanto desdén como tristeza en la voz—. Ir hacia él, elegirlo, hacer un trato o luchar para él, es una sentencia de muerte para cualquiera. Cuando me di cuenta de eso me alejé. Después de todo, Katriel siempre ha sido más un padre para mí de lo que el verdadero lo fue.

      Sus palabras me hacen caer en la cuenta de algo.

     —Mercy —recuerdo—. Ella debe estar buscándome, ¿y qué si va directo hacia...?

     —Tu padre mandó a un grupo de sus hombres a buscarla hace unos días. La traerán a la fuerza si es necesario, pero no te preocupes. —Me tranquiliza—. Ella no caerá en manos de ningún monstruo.

Sin piedadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora