Karsten
—¡Sigue corriendo, Romeo! —ordena Myko al frente, apurándome.
No puedo evitar mirar hacia atrás. Hemos dejado a Mercy a solas con Uxia cuando la chica le dijo que aquello era entre ellas dos y no nuestro asunto. La mujer aceptó y soltó a Nisha, nos dio vía libre para ir a atacar a los suyos con la confianza de que nos detendrían.
Ahora sabemos quiénes trataron de asaltar el tren y por qué. A los negociantes de la Cueva de Cerbero no les gustó que hayamos robado su mercadería y vinieron para asegurarse de que no volveríamos a hacerlo.
A veces me sorprende hasta qué punto de maldad innecesaria llegamos. Ellos no solo quieren el armamento de vuelta, quieren hacer pagar a todos: no importa si estuviste involucrado o no, es su forma de verse fuertes ante El Globo y dejar en claro que no serán pasados por alto. A su vez, no me cuesta imaginar que un tren les vendría genial para ampliar su red de transacciones.
—¡Qué corras, imbécil! —Nisha me apresura tomándome por el cuello de la camiseta y obligándome a avanzar.
Sé el porqué cedieron tan fácil a dejar a Mercy con Uxia. Saben que no va a lastimarla, o por lo menos no tanto.
El problema es que a veces el dolor físico no es nada comparado al dolor que las palabras de alguien pueden infligir.—¡Cinco al frente, amigos! —advierte Escaballán, que solo va unos pasos adelante del mellizo.
Nos faltan tres vagones para llegar al del control, pero los obstáculos se hacen cada vez más numerosos. Me aferro al cuchillo que le quité a Nisha y el que, curiosamente, no me exigió devolver. Pablo, ya sin balas, se lucha cuerpo a cuerpo con el primer hombre, quien al doblarlo en tamaño termina dejando caer sobre él una lluvia de golpes. Myko quiere ir al rescate, pero nos superan en número y una mujer lo entretiene balanceando una barra de fierro en el intento de hacer explotar su cabeza como una piñata. Nisha se enzarza con dos muchachos jóvenes, tratando de desarmarlos.
Los gritos son constantes. El sonar de los huesos y las ventanillas terminando por romperse también. Es un ambiente bestial que me veo obligado a enfrentar porque una chica viene directo hacia mí, balanceando un mangual antiguo a toda velocidad, directo a mi rostro.
La maldita bola de metal y picos afilados podría decapitarme, pero yo necesito mí cabeza y me gusta donde está.
Me agacho y el arma se estrella contra uno de los respaldos de un asiento. Los pináculos mortales quedan atorados en el material y ella gruñe mientras tira con fuerza para sacarlo. Sin perder tiempo me escabullo gateando bajo los asientos de la otra fila. Encogiéndome cada vez que un cuerpo cae en las almohadillas desgastadas sobre mí. Se oye un disparo y no tengo tiempo a cubrirme mientras me arrastro con mis codos. La sangre salpica todo el piso y mi rostro, dejándome un sabor metálico en los labios que me da náuseas.
—De lejos parece pintalabios —dice con diversión Pablo, mirándome desde arriba con una escopeta que no es suya.
Él me tiende una mano para ayudarme a ponerme de pie, pero apenas llego a rozar sus dedos cuento siento dos palmas envolviéndose alrededor de mis tobillos y tirando de mí hacia atrás.
—¡Karsten! —Escaballán se acuclilla para estirar su brazo bajo el asiento y alcanzarme, pero la potencia y rapidez con la que me arrastran sobre los fragmentos de vidrio se lo impiden.
Grito. Me alejo cada vez más de él y me entra el pánico. Respiro con dificultad cuando la chica del mangual me agarra del cabello y obliga a echar mi cabeza atrás, exponiendo mi cuello, aún sobre mis rodillas. Mi cuero cabelludo arde y veo el arma girar en su mano libre.
—Suerte consiguiendo una reconstrucción facial después, bonito —dice entre dientes, con desdén.
Está a punto de estrellarla contra mi rostro cuando un aturdidor disparo la desestabiliza. Trastabilla y cae sobre uno de los asientos. El mangual hace lo mismo en el piso, abollándolo. Asomo la cabeza por encima del respaldo del asiento y Pablo aún continúa apuntándola.
—Gracias —le digo agitado, no queriendo girarme otra vez para ver el cadáver—. Gra...
—¡Ustedes dos, vayan por el techo, ahora! —ordena Nisha en el único momento en que ha derribado a ambos atacantes, pero estos ya están recomponiéndose para volver a atacarla—. Vienen los últimos de sus refuerzos de los vagones que quedan antes de la sala, Myko y yo nos ocupamos.
—Entonces creo que necesitarás esto. —Pablo le lanza la escopeta y ella la atrapa en el aire al momento justo.
Dispara a uno de los chicos y sus ojos, enojadamente exasperados, me encuentran.
—¡Muévete que no tenemos todo el día!
Tomando el mangual —solo por si acaso— me paro sobre el asiento con esfuerzo dado que pesa una tonelada.Lo lanzo primero al techo y luego saco ambos brazos por la ventanilla. El sol ya está saliendo por completo y entrecierro los ojos mientras me impulso con mis pies. Ya casi sobre el tren busco con la mirada a Pablo, que ya está sobre sus pies caminando en mi encuentro.
—¿Listo, campeón? —pregunta, adueñándose del mangual sin esfuerzo, como si pesara lo mismo que una pluma.
Esta vez, cuando me tiende la mano, sí puedo agarrarla. Juntos corremos por el techo, directo al frente. Al estar completamente expuesto al sol, la sangre salpicando nuestras prendas y piel más la mugre adherida gracias a que han barrido el piso con nosotros más de una vez se ve más nítida. Más real. Somos los problemas sociales, políticos y económicos del Globo encarnados en dos sujetos.
Él es el primero en descender por el lateral del tren y romper la ventanilla con el mangual. Una vez que se tira dentro, lo sigo. Caigo sobre mi trasero y me apresuro a arrastrarme hacia atrás al ver a Escaballán blandir el arma directo al cuello de un hombre que cae contra la puerta y termina deslizándose por ella mientras se desangra, aún con la emética bola de filos en la yugular.
Pablo se limpia las manos como si acabara de hacer la cama y estuviera satisfecho.
—Al final sí mataron a mi maquinista, tenían razón —reconoce mirando algo detrás de mí—. Me caía bien Zandro, maldita sea.
Salto sobre mis pies al ver a un hombre barbudo a mis espaldas. Hay varios disparos en su pecho y aparto los ojos, no queriendo almacenar más imágenes de gente inocente muerta en mi cabeza.
Ya armé un albúm de fotos que se está quedando sin cupo.—De acuerdo —dice el hombre inspeccionando el tablero con más de un centenar de palancas y botones—. Pongamos en marcha a este bebé.
En cuanto el tren vuelve a arrancar me apoyo en la pared más cerca y cierro los ojos, dejando que la adrenalina se vaya drenando de mi cuerpo y sea reemplazada por la culpa.
Nada de esto estaría pasando si no fuera por mí. Ni Clay ni Ernie ni ninguna de todas estas personas, amigas o enemigas, estarían ahora sin vida y tendrían que ser lloradas por sus familias si no fuera por mi causa.
¿Valía la pena asesinar a mi padre, aunque fuese un monstruo, a costa de tener que matar a decenas más?
No.
¿Podríamos mi madre y yo haber soportado sus maltratos de por vida a cambio de que esta masacre no ocurriera?
Sí.
Sí, podríamos.
Tal vez deberíamos.
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Sin piedad
Adventure«No importa lo rápido que viaje la luz, siempre se encuentra con que la oscuridad ha llegado antes y la está esperando.» -Terry Pratchett. • Histora ganadora de los premios WATTY 2019 en la categoría de misterio & suspenso. • Primer libro de la trio...