Capítulo XXXI

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Karsten

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Karsten

       Mi madre me dijo una vez, justo después de que mi padre me diera la peor paliza que alguna vez me podría haber dado, que perderme significaba dejar de ser.

       No lo entendí antes, pero lo hago ahora al ver a Nisha apoyando ambas palmas contra la pared y echando la cabeza hacia atrás, inhalando en el intento de calmarse; Myko de cuclillas y con el rostro hundido en sus manos; Letha abrazándose a sí misma y llorando en silencio; Y Mercy...

        Intento limpiarme la sangre de Ernie de las manos, restregándolas a los lados de mi pantalón, pero lo único que logro es esparcirla por mis brazos.

       Aún puedo sentir el calor de su cuerpo desvaneciéndose de a poco, tengo sus ojos fijos y vacíos en mente y siento su peso muerto en mis brazos.

       Cuando Clayton murió de forma instantánea tras cinco disparos al pecho todo se descontroló. Los matones que venían con diente de oro fueron por nosotros, la multitud entró en pánico al ver que se desenfundaban cuchillos y más armas. La gente aprovechó el caótico escenario para librar batallas personales y pronto unos atacaron a los otros.

       Me obligué a dejar a Ernie en medio del círculo e ir por Mercy. La tomé del brazo y la hice ponerse de pie y correr. Estaba tan aturdida por la situación que ni siquiera protestó, simplemente me dejó arrastrarla a medias mientras con una mano hacía presión en su herida. Letha nos siguió por orden de Myko y él fue por Nisha, que estaba decida a enfrentarse al padre del niño.

       Todos huimos en medio de la noche, con el gusto acerbo de los hechos en el paladar y algunos con lágrimas acumulándose en los ojos y siendo secadas por las ráfagas de viento. Yo lideré el camino, adentrándonos en calles que no conocía para perder a los que nos perseguían hasta terminar dentro de la recepción de un edifico abandonado.

       Parece haber sido un hotel en otra vida.
Ahora, agitados, intentamos no emitir sonido. Intento dejar a Mercy contra una de las paredes pero ella se desprende de mi cuello con fuerza, cayendo con violencia contra el piso y gruñendo.

      —Déjame ayudarte —pido, intentando acercarme, pero ella se arrastra hacia atrás sobre uno de sus codos.

      —Aléjate, Karsten —sisea.

      El silencio hace acto de presencia y solo se oyen las respiraciones. Todos nos reunimos alrededor de la chica de pie, intentando darle una mano, pero ella llega a la pared e intenta incorporarse para caminar a quién sabe dónde.

      —Mercy, deja que Letha atienda tu herida —dice Nisha en voz baja, con un tono que jamás la había oído usar.

       La rubia está llorando sin remedio y se arrodilla en el piso para rebuscar en su mochila algo para curarla. Le tiemblan tanto las manos que su hermano debe intervenir y ayudar, pero él tampoco puede controlar los temblores de sus propio cuerpo.

Sin piedadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora