Mercy
El sol se filtra a través de las lonas que hacen de techo en los puestos de la Plaza del Arcángel. El zumbido habitual de las conversaciones va acompañado de la música de algún guitarrista que se las rebusca para conseguir unas cuantas monedas o que alguien deje caer una manzana o un trozo de pan en su estuche a falta de efectivo.
La circulación en el corazón de la zona Sur es ágil. Este no es un lugar de reunión, aquí hay solo vendedores, clientes y gente abierta al trueque. Nadie habla de cosas que no sean negocios o grita maldiciones si no son dirigidas a ladrones ambulantes.
También están los que vienen a mendigar, claro. Eso me recuerda a Enora. Ella decía que los que piden tienen algo que los que hurtan no: educación y valor. Con la suficiente moral como para no apropiarse de lo que no es de ellos y con tanto coraje como para ser capaces de dejar a un lado la vergüenza y pedir ayuda.
—¿Crees que fue buena idea dejar a Myko y a Clay con el chico? —pregunta Nisha examinando un frasco de lo que parecen ser algas comestibles a contraluz—. Mucha testosterona junta, solo digo.
Le pago al vendedor que se apoya en una muleta antes de guardar el agua oxigenada en mi riñonera.
—Si dejábamos a Clay a solas con Karsten probablemente terminaría con lo que empecé en el sótano, y si lo dejábamos a solas con Myko el chico se suicidaría porque el otro habla como si fuese perico —explico mientras volvemos a ponernos en marcha—. De esta forma Myko vuelve loco a Clay y Clay quiere matar a Myko.
—Y Karsten puede escapar si se distraen —objeta entrecerrando los ojos hacia el sol mientras nos separamos un momento y pasamos cada una por el lado de un hombre que carga con un cajón de fruta.
—Lo esposé antes de venir, solo por las dudas —informo cuando volvemos a caminar a la par.
Nos dirigimos al punto de encuentro que establecimos con Letha hace una hora. Ella insistió en quedarse a vigilar a Karsten, pero no funcionó. Es nuestra mejor negociante, no había forma de que no la arrastráramos hasta aquí hoy.
Uno pensaría que para regatear hay que ser pícaro o intimidante, pero Letha demuestra que con interés —del bueno— por el otro, empatía y un «por favor», ni siquiera debes esforzarte. Te rebajan el precio o te regalan cualquier suministro básico. Yo sostengo que manipulan gente de buena forma.
Ella y Enora, cuando vienen al mercado juntas, son un pase al cielo para nuestros estómagos. No muchos corren la suerte de tener personas como ellas en su bando. Ya casi no quedan de esas.
—¿Crees que dice la verdad? —le pregunto.
—¿Respecto a Henning? —aclara y asiento—. Sí, diablos. Henning es capaz de cualquier cosa, pero de todas formas no confío en él. Aunque claro, tú tampoco lo haces.
Vislumbramos a Letha limpiándole las lágrimas a una mujer mientras una niña, tal vez la hija de ella, llena la mochila de nuestra arma maestra del negocio con provisiones. No sé qué está pasando ahí y sé que Letha no finge cuando le dice cosas positivas y dulces a la señora tras abrazarla, pero en cuanto la comerciante le hace un gesto a su hija para que ponga más cosas en la mochila me alegra como el infierno que esté llorando. Sin llanto no hay Letha que consuele, y sin Letha que consuele no hay provisiones.
—¿Lo recuerdas? —Nos apoyamos lado a lado en una de las viejas estatuas de piedra. Hay cinco en toda la Plaza, una en cada punta y otra más grande en medio: cuatro ángeles y un arcángel—. Veo su rostro borroso en mi cabeza. Solo hago memoria de su voz. Tenía una forma de hablar que te calaba los putos huesos.
—Amén, chica.
—Pero siempre se comportó bien conmigo —añado—. El problema estuvo en que siempre fue la mano derecha de mi padre. Él es uno de los motivos por lo que terminamos así. —Señalo a dos niños que pasan entre un puesto de verduras y otro de ropa usada. Uno de ellos empuja la silla de ruedas oxidada donde está el mayor.
—¿Crees que Henning sigue estando del lado de tu padre? Porque él no dejaría que maltratasen a Enora, así que estén trabajando juntos no parece muy probable para mí.
—No, ni un poco —concuerdo—. No vemos a nuestro padre desde hace años, pero si supiera que Henning está lastimándonos de alguna forma... se aseguraría de que no fuera más que un costal de huesos.
Guardamos silencio y dejamos que los alrededores hablen por nosotras. Las conversaciones van y vienen y el sol sigue avanzando y haciendo del día uno realmente insoportable cuando se eleva la temperatura. Vemos a Letha alejarse del puesto de la señora, la cual ahora parece más calmada. Tiene alrededor de su cuello uno de los collares que nuestra chica hace en su tiempo libre con caracolas, piedras, alambres e hilos. Los confecciona según las propiedades de los materiales y lo que necesita cada persona. Asumo que le dio uno de la buena suerte, la protección y la fortuna a modo de agradecimiento por los víveres.
—Algo anda mal, Mercy. —Nisha se tensa a mi lado y cuadra sus hombros. Sus manos ya están hechas puños.
La miro buscando algún indicio de a qué se refiere y termino siguiendo sus ojos sobre la multitud. Hay un muchacho caminando mucho más rápido que el resto, abriéndose paso entre las personas. Parece querer alcanzar a Letha, quien viene hacia acá.
Y no es el único.
—Muchas cosas, en realidad —mascullo mientras comienzo a avanzar.
Hay tres personas yendo directo hacia Letha, cada una aproximándose por una dirección diferente. Por la complexión física puedo decir que son hombres entre sus veinte y treinta años, militantes del equipo de Henning tal vez.
Creo que comenzó a sospechar cuando Karsten no volvió conmigo tras su trasero.
—Conseguí suficiente comida para dos días de viaje, tal vez cinco si la racionamos estratégicamente y... —Viene diciendo la rubia mientras se echa la mochila al hombro, pero sus palabras se desvanecen en la punta de su lengua y son reemplazadas por otras cuando la tomo del codo y la apresuro entre los cuerpos—. ¿Qué sucede? ¿Por qué estás...?
Nisha, que pasa a encabezar el camino, echa una mirada sobre su hombro y en sus ojos se activa una alarma. Vuelvo a mirar hacia atrás y veo a los tres sujetos empujando a las personas de forma descuidada y enojada, acercándose.
—Hora de correr, señoritas —informo.
ESTÁS LEYENDO
Sin piedad
Adventure«No importa lo rápido que viaje la luz, siempre se encuentra con que la oscuridad ha llegado antes y la está esperando.» -Terry Pratchett. • Histora ganadora de los premios WATTY 2019 en la categoría de misterio & suspenso. • Primer libro de la trio...