Capítulo XV

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Karsten

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Karsten

     —... Y esa fue la vez en que encontré una lenteja en un lata de habichuelas.

     —Ten algo de piedad por mí y cállate, Myko —gruñe Clay, exasperado.

     —No es mi culpa que nunca hayas abierto una lata de garbanzos y te hayas sorprendido encontrando una arveja, camarada —replica el rubio descansando su brazo en el respaldo del sofá y cruzando su tobillo izquierdo sobre su rodilla derecha—. Supongo que no todos somos unos afortunados en esta vida.

     Mis cejas se levantan prácticamente hasta el comienzo de mi cuero cabelludo mientras intercalo la mirada entre él y Clay, quien rueda los ojos apoyando un pie en la pared frente a mí. No me ha quitado el ojo de encima desde que el trío de mujeres marchó, y estoy seguro de que tendría el doble de moretones y cortes si Myko no estuviera irritándolo y haciéndome doler la cabeza en esta habitación.

      Las opiniones respecto a mi presencia parecen estar divididas. Por lo visto los mellizos no tienen rencor hacia mí. Cuando conté la historia que Henning me obligó a aprender, que tiene cierto grado de verdad, los hermanos vieron solo a un joven estúpido y lo suficientemente desesperado como para arriesgarlo todo por su madre. Ellos ven al chico que se ve forzado a hacer esto, al que no es más que otro títere en la función del mes que toma lugar en El Globo. Además, saber que no fui yo quien se llevó a Enora de forma tan brutal y el hecho de que haya aceptado ayudarlos fue suficiente como para que dejaran de verme como el enemigo.

     Clay y Nisha son otra historia.

     No confían en mí y se nota en la forma en que me escudriñan que, si fuera por ellos, ya estaría muerto. Sé que creen que estoy más involucrado con el secuestro de lo que digo estar, y están aún más furiosos conmigo porque fui tras Mercy, quien parece ser demasiado importante para ambos como para que una sanguijuela como yo le respire cerca.

      Por último está la recientemente nombrada. Creo que la chica de la gorra tiene su propia categoría. No forma parte de mi club de fans pero tampoco del club de haters, porque de lo contrario mi cabeza no seguiría pegada a mi cuello.

     Muevo las manos inquieto. Mercy me las esposó tras la espalda antes de marchar. Dijo que era solo por precaución, pero teniendo en cuenta que en el sótano ordenó que me las quitaran, creo que el reciente conocimiento de que trabajo para Henning la afectó.

     La primera vez que oí del hombre fue en la tienda de Lou Garnier Be, un anciano conocido en mi barrio por ser farmacéutico antes de que el país se viniera abajo. Todo el mundo iba con él cuando tenía algún problema de salud, y como solía ser un cliente constante por las numerosas palizas que sufría mi madre y necesitaban cuidado, él me conocía bastante bien. Incluso más de una vez me regaló gasas y pastillas para el dolor, y de vez en cuando le llevaba sopa enlatada como agradecimiento.

Sin piedadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora