3. Tiempo de confesar

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"¿Vas a decir algo o sólo vas a mirarme?" espetó Jessica a su madre.

La muchacha tenía un dolor de cabeza tan grande como nunca antes había sentido y la ducha caliente no había servido para aliviar el dolor. Cuando se había levantado tenía toda la intención de pedirle perdón a su madre, pero ahora, al ver el triste gesto de la mujer, sus buenas intenciones se habían esfumado. Deseaba poder controlar su temperamento, pero parecía que siempre la ganaba. Especialmente cuando estaba con su madre.

"¿Qué más puedo decirte, JT? ¿Qué más que no hayamos dicho antes?" dijo Torrey en voz baja, bebiendo de su té. "Dime Jess. Dime qué puedo hacer... que no haya hecho ya. ¡Dímelo y lo hago!" dijo Torrey elevando su voz mientras se levantaba de la silla. Fue entonces cuando Torrey vio los moratones en el cuello de su hija.

"Por favor, dime que practicas el sexo seguro", dijo Torrey exasperada.

JT miró fijamente a su madre. ¿Debo decírselo? Nah... se le pondrían los pelos de punta. Una razón más por la que no soy la hija perfecta.

"¿Sexo seguro, mamá? ¿Qué demonios es eso?" dijo JT volviéndose para prepararse una taza de té.

"¡Que no tendré que ir a tu funeral antes de que cumplas dieciocho!". Torrey agarró con fuerza el brazo de la joven.

Los ojos de JT se estrecharon, su voz disminuyó una octava.

"No, mamá. No practico el sexo seguro. Tal vez deseo pillar el sida y morirme. ¡Así no tendrías que cargar con esta mierda de hija!"

Torrey entonces hizo algo que nunca había pensado ser capaz de hacer. Algo que nunca había hecho en toda la vida de su hija. La bofetada fue tan inesperada que sacudió la cabeza de JT a un lado. Ambas mujeres se quedaron simplemente mirándose.

"Jess, yo..." comenzó Torrey.

La joven retrocedió alejándose de su madre, agarró su chaqueta de la silla y salió corriendo por la puerta.

Torrey no podía creer lo que había hecho. Pasó unos temblorosos dedos por su largo cabello rubio, con un movimiento que no llegaba a sentir. Cada una de sus peleas la dejaban un poco más agotada que la anterior. Esta vez había golpeado a su propia hija. A pesar de que las peleas eran algo habitual, sintió que estaba perdiendo. Le horrorizó ver que se había convertido en el tipo de madre que Evelyn era. ¡Jessica actuaba como si quisiera morir! ¿La hago sentir así? ¿Debería hablarle de Stevie... del tío que nunca llegó a conocer? ¿Haría que me entendiera?

Torrey entró en su habitación y se quitó la bata. Se puso una camiseta sin mangas negra y un par de pantalones de cordón y entró descalza en el pequeño gimnasio. Había sido hacía ya tiempo un estudio de baile, diseñado por el propietario anterior. Tres de las paredes eran espejos; la cuarta era una ventana que miraba al Lago Michigan. Torrey realizó sus ejercicios matutinos de Tai Chi mientras el rosáceo sol se elevaba por el lago.

Encendió un pequeño pedacito de incienso dejándolo en su recipiente de arcilla. Había mezclado en un bol toda una variedad de esencias, así que nunca sabía qué elegía para cada día. Se arrodilló frente a la ventana y se sentó sobre sus talones, respirando el aroma a Patchouli. La estela de humo rosa en el aire hizo que Torrey cerrara los ojos para dibujar el rostro de Taylor. Dios, su precioso rostro... Recordó que había sido Taylor quien le compró Patchouli por primera vez y Taylor la que le dijo la verdad sobre lo que significaba la muerte de su hermano.

* * * * *

Diciembre1981

"Hey Judy... ¿te vienes conmigo el viernes a la fiesta de la Fraternidad?"

No tan ciegasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora