16. Taz

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Torrey estaba de vuelta en Chicago sintiéndose sola muchos de los días, pero aferrándose a la esperanza de que todo saldría bien al final. Esa creencia la había hecho seguir adelante durante los más duros periodos de su vida y nunca había sido tan importante para ella creer en ello como lo era en ese momento. Su musa aún no había vuelto, pero eso era algo que el destino controlaba.

Estaba dándole vueltas a la idea de volver a dar clases. Hubo un tiempo en el que había sido la ayudante del profesor de Filología Inglesa de la Universidad, en el centro, cuando Jess y ella llegaron a Chicago. Ahora había tenido tres ofertas para trabajar a jornada completa en la facultad. La universidad la quería para liderar el Departamento de Filología. La que más e tentaba era la Universidad de California. Sería una decisión que cambiaría definitivamente su vida y todavía no estaba en el estado de ánimo necesario para tomarla, no hasta saber que pasaría con Jessica. Después estaría el hecho de vivir a poca distancia de Taylor. Sí, la mujer dueña de su corazón estaba soltera ahora, pero qué pasaría si finalmente encontraba a alguien y sentaba la cabeza... ¿Podría el corazón de Torrey soportarlo?

Mucho de ese dolor y de la soledad se disipó para la escritora cuando respondió a la puerta el día de San Valentín. El florista local le entregó dos docenas de rosas blancas, sus preferidas. Cada docena había sido preparada en jarrones separados con una tarjeta unida a ellas. Cuando abrió las dos cartas inmediatamente reconoció los garabatos apresurados de su hija y las precisas y angulares letras de Taylor. Acarició el corazón de jade de su cuello, recordando esa misma fiesta de hacía años atrás. Cada carta contenía el mismo mensaje:

¡¿Cómo demonios has vivido con esta mujer?¡

Feliz Día de San Valentín

La risa que ambas cartas causaron duró hasta que llegó a volver a escuchar aquellas viejas voces de sus recuerdos, y como cuando se anda, puso un pie frente a otro para afrontar un nuevo día.

* * * * *

Los días rápidamente se convirtieron en semanas. Taylor y Jessica, ambas, tenían buenos y malos días. Taylor a menudo se mostraba silenciosa y melancólica mientras se preocupaba con un nuevo proyecto o pieza que estaba intentando acabar para la exposición. Jessica tenía días en los que no pensaba en drogas o alcohol, y días en los que todo se estrellaba contra ella. Cuando eso sucedía, Taylor lo dejaba todo para pasar un tiempo adicional con la joven.

Mientras tanto, Jessica había alcanzado el status de héroe a ojos de Corey, la joven del grupo de los martes a la noche. Taylor había llevado a la madre de Corey al estudio y todas habían ido alguna vez a la playa, o a comer un sándwich, o a ver una película al cine. Incluso Jessica tenía que admitir que había encontrado una amiga en la muchacha y pronto comenzó a disculpar esa atención de héroe que Corey le profesaba.

En una ocasión la madre de Corey dejó a la niña y Taylor llevó a ambas jóvenes a Anaheim durante todo el día. Era la primera vez para todas que habían estado en Disneylandia y tuvieron tiempo de disfrutar de la juventud de sus vidas. Jessica incluso intentó que Taylor entrara en una de la más nuevas y temerarias montañas rusas con ella y Corey.

"Vamos, Taylor... Mira, ¡ves cómo no es tan malo!" pidió Jessica.

Taylor levantó la mirada mientras el coche repleto de personas trepaba cada vez más alto hacia el cielo, y entonces la artista vio cómo el coche se lanzaba directamente contra la tierra a velocidad vertiginosa. Hacía veinte años hubiera sido la primera de la fila, pero ahora lo único que la morena mujer podía hacer era gruñir.

"Me gusta que mi comida se mantenga en mi estómago, donde la he puesto, gracias. Iré a tomar una buena bebida fría y a esperaros allí" dijo indicando una sombreada zona del parque.

No tan ciegasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora