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¿Por qué había tantos perros en la urbanización? ¿Y por qué todos la tenían tomada conmigo?

Pareciera que estuvieran todo el puto día escondidos, viendo pasar a los vecinos sin ni siquiera inmutarse, y entonces... Entonces me veían, y pensaban "Ahí está. Vamos, a por él, que le tenemos ganas"

Y, la verdad, no entendía por qué venían siempre a por mí. Puede que tuviera mis desavenencias mentales con ellos, pero era un buen chico.

De hecho, a cualquiera que le preguntaras, de seguro te diría: "¿Derek Hale? ¿Ese chico de veintitrés años, moreno y que mide metro ochenta y tres? Es un tipo de diez"

Sin embargo, ahí estaba esa panda de sarnosos caninos siempre, esperando a verme para empezar a perseguirme durante manzanas.

Corría todo lo rápido que podía. Llevaba la guitarra metida en la funda y colgada de un hombro. Me golpeaba repetidas veces en los riñones mientras mis piernas trabajaban a su máxima velocidad para librarme de esa panda de animales sanguinarios.

¡Maldita la hora en la que vieron la luz del sol!

Hacía poco que había nevado, y mis pies se hundían en centímetros de nieve, dificultándome la huida.

Miré hacia atrás. Eran unos seis o siete perros. Ladraban ferozmente y enseñaban los colmillos para intentar asustarme. ¿Intentar? ¡Estaba acojonado!

Entrecerré los ojos para no cegarme con la luz que la nieve reflejaba del sol.
En otras ocasiones, había conseguido meterme en algún coche abandonado y había esperado hasta que se cansaron de mí, o bien había girado en una calle y entrecruzado otras para perderlos de vista. Pero esta vez estaban tan cerca que, de haberme parado a comprobar si alguno de los coches aparcados estaba abierto, de seguro me habrían alcanzado y hecho pedazos.

Me topé con un gran montículo de nieve, y mis piernas se hundieron hasta las rodillas.

"¡Mierda, no! ¡Voy a morir!"

Conseguí sacar las piernas a base de patadas y continué mi apresurada marcha. El sonido de las zarpas (porque no eran patas, ¡eran zarpas!) de esos monstruos llamados educadamente "perros" se me hacía cada vez más cercano. Sus ladridos perforaban mis tímpanos y aceleraban considerablemente el ritmo de mis latidos.

—¡Ooh!

Tropecé. Una piedra oculta en la nieve propició que resbalara. Mi guitarra salió volando y aterrizó con un ruido sordo.

Me encontré tendido boca abajo, en el suelo.

—Despídete del mundo, Derek—murmuré en voz baja.

DEREK HALE, el peludo (Sterek) -TERMINADA-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora