Stiles me cogió del brazo mientras contemplábamos la sala. La habitación estaba completamente vacía. No había rastro de muebles ni cortinas, ni cuadros en las paredes, ni alfombras, dejando a la vista el suelo de madera oscura.
—¿Dónde habrán ido?—pregunté, tan asustado como sorprendido.
Stiles entró a la cocina. También estaba vacía. Había desaparecido todo. Una marca en el suelo señalaba el lugar donde antes había estado el frigorífico.
—¡Se han mudado!—gritó—. ¡No puede ser!
—¿Pero por qué no nos dijo nada?Stiles sacudió la cabeza a modo de respuesta. La casa estaba en silencio. Sólo se oía el goteo del agua en los canalones.
—Puede que tuvieran que marcharse con urgencia.
—¿Así sin más? ¿Sin darles tiempo a avisar? ¿Por qué?Era una pregunta que ninguno de los dos éramos capaces de responder.
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Me encanta correr, aunque no cuando tengo que hacerlo obligado porque una jauría de perros feroces me persiguen.
Pero me encanta correr. Me gusta oír los latidos acelerados de mi corazón, el ruido que hacen las zapatillas al chocar contra el suelo y esa sensación única de libertad, de notar cómo el viento te azota en la cara, de cómo tus músculos trabajan.
Creo que me estoy volviendo tan poético como Stiles. Será que hacía varios días quedábamos después de ensayar, que nos metíamos en su casa a follar como locos, a ver pelis o a que me leyera esos poemas propios que tan en secreto llevaba y que, a mi modesto criterio, eran bastante buenos.
Los sábados por la mañana solía salir a correr con mi padre. Él siempre corrí por el bosque, por un sendero que bordeaba un pequeño lago. El aire huele a limpio por esa zona y es un sitio tranquilo.
Mi padre era un poco más alto que yo, delgado y muy atlético. Antes tenía el pelo castaño oscuro como el mío, pero acabó tornándose canoso, con algunas entradas y empezaba a vérsele la coronilla.
Corría muy rápido, pero a veces acortaba el ritmo para que se me hiciera fácil seguirle.
Ambos sabíamos que no debía forzarme mucho, y que en cuanto empezara a notar un calor excesivo debía humedecerme todo lo que puediera, descansar y seguir cuando se me pasara la sensación de agobio. Por eso llevaba siempre a mano una botella de agua. La usaba más para mojarme el rostro que para beber de ella. Es un rollo eso de que tus glándulas sudoríparas no funcionen.Normalmente correímos en silencio para disfrutar del paisaje, pero esa mañana yo tenía ganas de hablar. Había decidido contárselo todo a mi padre. Hablarle de la botella de INSTA-TAN y del pelo negro en las manos y las rodillas.
Mientras hablaba, mantenía la mirada clavada al frente. La superficie del lago resplandecía a causa de los rayos, un par de gorriones volaron sobre nuestras cabezas y se posaron en un árbol cercano donde alimentaban a sus crías con los insectos capturados. El aire soplaba en nuestras nucas y zumbaba en nuestros oídos.
Comencé a contarle todo. Mi padre acortó el paso un poco más para escucharme, pero no dejamos de correr.
Le conté el descubrimiento de la crema bronceadora, cómo mis amigos y yo nos la aplicamos. Mi padre asentía sin desviar la mirada del sendero.
—Supongo que no dio resultado—dijo con la respiración algo agitada por el ejercicio—. No pareces muy moreno.
—No, no funcionó. La botella era muy vieja, papá. Caducó en 2005, así que imagínate—Me armé de valor. Ahora venía la parte más difícil—. No me puse moreno, pero comenzó a pasarme algo muy raro.Saltamos por encima de una rama. Resbalé al pisar unas cuantas hojas mojadas, pero no llegué a caerme.
—Comenzó a creerme pelo—continué con voz temblorosa—. Al principio en el dorso de la mano derecha, después en las dos y entre los dedos. Y ya por último en las rodillas.
Mi padre se detuvo en seco, mirándome con expresión preocupada.
—¿Pelo?
—Pelo negro—lo describí—. Negro, áspero y duro como las cerdas de los cepillos.Lo vi tragar saliva y abrir los ojos como platos. ¿Sorpresa? ¿Miedo? ¿Incredulidad? No lo sabía.
Me cogió del brazo y tiró de mí, casi arrastrándome.
—Derek. Tenemos que irnos.
—Pero papá...—protesté, quedándome quieto.Tiró más fuerte de mí.
—¡Tenemos que irnos!—insistió—. ¡Ahora!
—¿Pero qué pasa?—me harté—. ¿Qué pasa, papá?
No me contestó. Me llevó sendero abajo, hasta llegar a la urbanización. Tenía una expresión extraña y había palidecido un poco, como si tuviera miedo.
—Papá, dime qué pasa—supliqué, cada vez más asustado—. ¿Adónde me llevas? ¿Qué pasa?
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DEREK HALE, el peludo (Sterek) -TERMINADA-
Fanfic"¡Hale, peludo!" Así lo llama su amigo Stiles. Sus burlas no pretenden ser ofensivas, aunque lo cierto es que a Derek le molestan bastante. Siempre ha tenido demasiado vello en su cuerpo, y a causa de ello arrastra un profundo complejo desde hace añ...