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—Hale, ¿estás bien?—me preguntó el profesor desde su mesa.
—¿Eh?—La sorpresa me había dejado sin habla. Se me habían pasado hasta las ganas de matar a Liam.

—¿Te has hecho daño?

—Yo...—No podía ni hablar. Tampoco podía moverme. Ni pensar.

Medio de rodillas y medio de pie, miraba horrorizado mis manos peludas, intentando ocultarlas en las mangas todo lo posible. A mi alrededor, los estudiantes celebraban la zancadilla con el estudiante.

Sí. Muy divertido. Por lo general estas situaciones me causan mucha vergüenza (tanta como la ira que se apodera de mí), pero no tenía tiempo para avergonzarme ni para cortar cabezas. Tenía demasiado miedo.

¿Alguien había visto mis manos? Los miré a todos sin levantarme.

Nadie me señalaba ni gritaba de horror. Quizás nadie me las había visto... aún.

Metí las manos en los bolsillos para asegurar más la ocultación. Cuando estuve seguro de que nadie podía verlas, me levanté del todo.

—¡Mirad! ¡Le da vergüenza!—gritó alguien desde el fondo del aula. Mis compañeros volvieron a reírse.

Esto hizo que todavía me sonrojara más, pero el rubor no era mi problema más grave. Antes que enfrentarme a la clase con las manos peludas prefería morirme.

Sin pensarlo dos veces, di media vuelta y me dirigí hacia la puerta.

—Hale, ¿qué te pasa?—me preguntó el profesor—. ¿Adónde vas?

—Enseguida vuelvo—respondí.

—¿Estás seguro de que no te pasa nada?

—No, no me pasa nada—le aseguré—. Ahora vuelvo.

Sabía que todos me miraban, pero no me importaba. Cuando llegué a la puerta, oí que el profesor reñía a Liam:

—Podrías haberle hecho daño. No tienes ningún derecho a hacer esas cosas, que ya tenemos una edad, por favor...
—Pero si no ha sido adrede—mintió.

Cagándome en toda su casta, abrí la puerta como buenamente pude, pues no quería arriesgarme a sacar las manos de los bolsillos y que alguno de los pelos negros asomara por las mangas.

Me aseguré de que no pasaba nadie por los pasillos y entonces me miré las manos. Las cerdas negras habían vuelto a salir, pero esta vez en las dos manos. Era de casi tres centímetros de largo, y me daban un aspecto asquerosamente desagradable.

¿Cómo podía haber crecido tan rápido? Tenía pelo hasta en los nudillos y en los espacios entre los dedos, donde se supone que a nadie le crecen. Las giré y me miré las palmas de las manos. ¡También tenía vello ahí! Me las froté con la esperanza de que se desvanecieran, pero seguían ahí, cosidos a mi piel.

—¡No, por favor!—gemí en voz baja sin darme cuenta—. ¡No!

¿Qué podía hacer? No podía volver a la clase con esas manos de mono. Tendría que vivir avergonzado el resto de mi vida. Cada vez que alguien me viera venir, diría: "Aquí viene Derek Hale, el peludo. ¿Recordáis el día en el que le creció pelo negro en las manos?"

Pensé que lo mejor era marcharme a casa. Tenía que irme de allí, pero... ¿Cómo iba a abandonar la clase? El profesor estaba esperando a que volviera para leer mi informe de lectura.

Sumido en un mar de dudas, permanecí en el pasillo con la espalda apoyada en la pared, sin dejar de mirarme las monstruosas manos.

De pronto, descubrí que no estaba solo. Levanté la mirada y solté una exclamación al ver al director de la universidad, que venía cargado con un montón de libros de texto.

Se detuvo a un par de metros de distancia mientras observaba mis manos con expresión de asombro.

DEREK HALE, el peludo (Sterek) -TERMINADA-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora