11

384 36 0
                                    

Oculté las manos tras la espalda, pero era demasiado tarde. El director las había visto. Entrecerró sus ojos oscuros mientras me miraba. Me estremecí. ¿Qué me diría ahora?

—¿Hace demasiado frío en la facultad?
—¿Perdón?

Acababa de verme las manos... ¿Y no se le ocurría otra cosa mejor que preguntarme? ¡¿Qué cojones...?!

—¿Quieres que suba la calefacción, Hale?—me preguntó—. ¿Hace demasiado frío? ¿Por eso llevas los guantes puestos?

—¿Gu... guantes?

¡Claro!

El director acababa de verme las manos peludas. Era bien conocida su poca vista a pesar de llevar gafas graduadas, así que había creído que los vellos eran guantes de lana. Me destensé.

—Sí, eh... Hace un poco de frío. Por eso fui a mi taquilla a buscar los guantes.

Me miró pensativo. Después se despidió de mí con un arqueo de cejas, se dio la vuelta y se alejó cargado con los libros.

—Hablaré con el conserje—comentó, más para él que para mí.

Había estado a punto de pillarme, pero me había librado. A cambio, me había dado una genial idea.

Me encaminé hacia mi taquilla e hice girar las ruedecillas de la combinación. Se me hizo muy extraña la sensación de vello en las manos, pero no me costó abrirla y sacar los guantes de lana que guardaba allí.

Unos segundos más tarde, entré en el aula.

Cuando el profesor me vio, me indicó que me acercara.

—¿Ya estás bien, Hale?
—Sí. Tenía... eh... las manos heladas.

Me dirigí hacia mi mesa para coger mis cosas y volví a posicionarme junto al profesor, delante de la clase.

Algunos de los estudiantes se rieron al ver mis guantes, pero no me importaba. Al menos no verían mis manos peludas. Me armé de valor y comencé con mi informe.

●●●

Al terminar las clases, me apresuré a volver a mi taquilla. No me había quitado los guantes en todo el día, aunque me daban calor y eran incómodos. También los notaba muy apretados por culpa de la cantidad de pelo que ocultaban.

Me pregunté si ese mismo pelo negro y repulsivo continuaría creciendo. La única manera de saberlo era quitándome los guantes, pero me daba miedo. Me puse el abrigo y me colgué la mochila.

Casi en la puerta principal, oí que Stiles me llamaba. Me di la vuelta y lo vi detrás de mí. No me detuve.

—¡Nos vemos más tarde!—le grité—. ¡Tengo prisa!

Pero él aceleró el paso y me alcanzó.

—¿No vienes al ensayo o qué?

Estaba tan preocupado por mis manos que me había olvidado por completo del ensayo del grupo.

—Esta tarde ensayamos otra vez en el garaje, ¿no te acuerdas?—añadió.
—Es que... no puedo ir, Stiles. No me siento bien—Era verdad.
—¿Qué pasa contigo?—se desesperó—. ¿Cómo es que has estado tan raro durante la mañana? No te has querido parar a hablar en los descansos, no has tomado el almuerzo con nosotros en la cafetería, como hacemos siempre, y Scott y Lydia me han dicho que en vuestra clase ni siquiera les has dirigido la palabra. ¿Te ocurre algo?

—Es que no me encuentro bien—insistí—. Siento no poder ir al ensayo, de verdad. ¿Podemos hacerlo mañana?
—Y encima piensas en follar...

—¡Hablaba del ensayo!

—¡Ah!—Se le calentaron las mejillas—. Sí, claro. Pues... Bueno, supongo que sí. Mañana, vale.

Corrí todo lo rápido que pude hasta casa. El sol iluminaba la nieve, que brillaba como si fuese plata. Era un espectáculo maravilloso que yo me estaba perdiendo porque no tenía tiempo para disfrutarlo. Estaba ensimismado en mis pensamientos. No hacía más que pensar en el pelo. En los mechones de pelos negros como cerdas.

Entré en casa y dejé caer la mochila al suelo. Cuando subía las escaleras para ir a mi habitación, oí que mi madre me llamaba.

La encontré en el salón, sentada en un sillón junto a la ventana. Tenía a nuestro gato Morty, de ojos saltones, sobre la falda y el teléfono inalámbrico en la oreja. La oí decirle algo a la persona con la que hablaba y apartó el teléfono mientras me miraba.

—Derek, ¿cómo es que llegas tan pronto? ¿No ensayabas hoy con el grupo?

—Hoy no—mentí—. Tengo que hacer algunos trabajos para la uni y por eso he vuelto antes.

No quería decirle la verdad. No quería contarle que me había frotado la cara, la nuca, el cuello y las manos con un líquido pasado de fecha y que ahora me estaba creciendo pelo en las manos. No quería decírselo, pero de pronto comencé a contarle toda la historia. No podía ocultarla ni un momento más:

—Mira, mamá. No me vas a creer, lo sé—comencé con voz ahogada—. Me está creciendo pelo, joder. Pelo negro, y áspero como el de los cepillos que usamos para peinarnos. Los tengo en las manos. Resulta que mis amigos y yo encontramos una botella de líquido bronceador. Sé que fue una estupidez y es de ser inmaduros, pero nos pusimos la loción. Me la unté en la cara, en las manos, en el cuello y en la nuca, y ahora me está creciendo pelo, mamá. Hoy, en clases, descubrí que tenía las manos cubiertas de pelo. Estoy muy avergonzado, y además tengo miedo. Sé que siempre dices que soy un chico fuerte y valiente, pero es que no sé qué hacer.

Jadeaba cuando acabé el relato. Mientras hablaba había mantenido la cabeza gacha, pero entonces miré a mi madre para ver su reacción.

¿Qué diría? ¿Querría ayudarme?

DEREK HALE, el peludo (Sterek) -TERMINADA-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora