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Oí que murmuraba algo, pero no la entendí bien. Entonces me di cuenta de que seguía hablando por el teléfono.

No había prestado atención a ninguna de mis palabras.

Solté una exclamación de enfado, con la que ella ni se inmutó, y subí cabreado al piso de arriba.

Entré a mi cuarto y cerré de un portazo, retirándome los guantes de las manos.

Morty, que había venido tras de mí, estaba sentado ahora en el alféizar. Se pasaba casi todo el día allí, desde donde miraba el jardín delantero.

Arrojé los guantes al suelo, cerca de él, y me miró. Sus ojos grandes, negros como el azabache y saltones brillaban de felicidad.

Crucé la habitación y lo cogí en brazos. Después me senté en el alféizar con el gato contra mi pecho.

—Morty, tú eres el único que me comprende, después de todo—murmuré mientras le acariciaba el lomo.

Curiosamente, el gato soltó un bufido, arqueó la espalda y saltó al suelo. Cuando estuvo más allá de la mitad de la habitación, se detuvo y me miró furioso. Tardé unos segundos en comprender cuál era el problema.

—Son las manos velludas, ¿no?—dije con fastidio—. Te han asustado, ¿verdad, pequeño?—Él inclinó la cabeza hacia un lado, como si estuviera intentando entender mi idioma—. No eres el único. Yo también estoy bastante asustado.

Me levanté y fui a toda prisa hasta el cuarto de baño. Me hice con la espuma de afeitar y comencé a rasurar los vellos.

No fue fácil. Sobre todo cuando me tuve que quitar los pelos que habían crecido entre los dedos. No había sitio para deslizar la cuchilla.

El pelo era duro como las cerdas de los cepillos. Me corté dos veces, en la palma y en el dorso de la mano derecha.

Mientras me quitaba la espuma de afeitar, y esta se llevaba consigo los restos de aquellas zarzas, miré hacia la puerta abierta y descubrí al gato mirándome fijamente.

—No se lo digas a papá ni a mamá—le advertí, dándome cuenta al momento de lo estúpida que había sonado esa advertencia.

Morty hizo parpadear sus ojos saltones al tiempo en que bostezaba.

●●●

A la mañana siguiente me desperté antes que mis padres.

Me fui derecho al baño para poder mirarme en el espejo y comprobar si habían crecido más pelos y en lugares diferentes.

Lo primero que me miré fueron las manos. Estaban limpias de cualquier rastro de vello negro.

—¡Uff, menos mal!—exclamé con alivio.

Me escocían un poco los cortes que me había hecho intentando combatir las dichosas cerdas, pero eso era un mal menor. Tenía las dos manos libres de pelos. Las miré durante un buen rato, disfrutando de lo bellas que se veían así, rasuradas y suaves.

Durante toda la noche había soñado con pelo.

El sueño había comenzado con un plato de espaguetis. Yo estaba en la cocina, dispuesto a comérmelos, pero cuando empezaba a enrollarlos en el tenedor se convertían en pelos, pelos negros y largos.

Enrollaba los pelos en el tenedor y luego lo levantaba. Abría la boca, y cuando estaba a punto de comérmelos me desperté.

¡Puaj!

Me entraron náuseas y me costó volverme a dormir.

Ya por la mañana, continué con la revisión. Me incliné para mirarme los pies. Luego las piernas. Me bajé los pantalones para comprobar que el vello del pubis no era más abundante de lo considerado normal en mí, y comprobé también que el vello natural y oscuro que tenía en los brazos seguía tan suave como siempre.

"No tengo motivos para no pisar hoy la universidad" me dije "Pero me llevaré los guantes por si acaso"

Después de desayunar cogí mi abrigo, la mochila y salí de casa.

La nieve parecía resplandecer más que nunca en un día en que el sol brillaba con fuerza y ofrecía algo de calor entre tanto frío invernal. Este mismo calor comenzaba a fundir la nieve, que reflejaba la luz solar y deslumbraban mis ojos, aún algo adormilados.

Me los froté. Y entonces se me ocurrió volver la cabeza hacia atrás.

Vi la jauría de perros feroces que venían a por mí.

DEREK HALE, el peludo (Sterek) -TERMINADA-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora