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Se me hizo un nudo en la garganta. Los perros corrían a toda velocidad. Movían las cabezas de arriba abajo, sin desviar la mirada del frente. Ladraban y gruñían feroces.

De pronto sentí que las piernas me pesaban toneladas, que no era capaz de moverlas. Pero, a pesar de ello, me di la vuelta y me obligué a correr.

Llegué a la conclusión de que mi cuerpo olía a gato, y que por eso me perseguían.

Quería mucho a mi gato. ¿Pero por qué tenía que crearme tantos problemas? Además, ¿quiénes eran los dueños de esos chuchos desgraciados? ¿Por qué los dejaban todo el puto día sueltos y permitían que persiguieran a la gente?

Preguntas y más preguntas. No podía pensar en nada más que en preguntas mientras corría.

Sonó un bocinazo y a continuación oí el chirrido de frenos.

Un coche derrapó y frenó a menos de un metro de mí.

Del miedo, me había olvidado de mirar antes de cruzar la calle.

—¡Lo siento!—grité sin dejar de correr.

Me entró flato entre las costillas, obligándome a aminorar la carrera. Miré por encima del hombro y comprobé que los perros me iban ganando terreno.

—¡Eh, Derek!.

Stiles y Isaac aparecieron en la acera a unos metros delante de mí.

—¡Corred!—grité casi sin aliento—. ¡Los perros...!

Pero ellos no se movieron. Me detuve junto a ellos con una mano en el costado. Me dolía muchísimo. Apenas podía respirar.

Stiles se dio la vuelta para mirar a los perros, como había hecho el otro día. Isaac se adelantó unos pasos y miramos cómo se iban acercando.

Al ver que no nos movíamos, los animales se detuvieron. Los ladridos cesaron y nos miraron sin saber qué hacer. Jadeaban con las lenguas colgando hasta el cuello.

—¡Fuera! ¡Largo!—gritó Stiles, y dio un pisotón en la acera.

El perro negro, jefe de la jauría, soltó un gemido con la cabeza gacha.

—¡Fuera, vamos!—gritamos ahora los tres.

El dolor del costado empezó a desaparecer. Me sentía un poco mejor.

Me di cuenta de que los perros no nos atacarían. No querían enfrentarse a nosotros.

Se dieron la vuelta y se alejaron al trote, siguiendo al líder.

De pronto, Isaac se echó a reír.

—¡Mirad aquel!—gritó mientras señalaba a uno de los perros que tenía el cabello largo y marrón.
—¿Qué tanta gracia te hace?—le pregunté.
—¡Es idéntico a Scott!—afirmó.

—¡Es verdad!—corroboró Mieczyslaw, que se sumó a las risas de Isaac—. ¡Se parece muchísimo!

Terminaron contagiándome la risa, aunque en mi caso era más para liberar nervios que otra cosa. El perro tenía el pelo de color marrón, ojos marrones y mandíbula torcida. Exactamente igual que McCall.

—¿Por qué te perseguían los perros?—me preguntó Isaac.
—Creo que huelen a Morty.
—¿Tu gato?

Asentí.

—Venga, vamos o llegaremos tarde—nos apremió Stiles.

Apartó de un puntapié un pequeño montón de nieve, y Isaac y yo lo seguimos hasta la universidad.

Nos encontramos con Lydia a la entrada. El viento le arremolinaba el cabello pelirrojo, y a mí en cuestión me produjo escalofríos en la nuca, así que me subí la capucha del abrigo hasta taparme la cabeza.

—Esta tarde ensayamos, ¿no?—nos preguntó.
—Sí. En el garaje de mi casa, como siempre—respondió Stilinski.
—Tíos, tenemos que ponernos a trabajar en serio—repuso Isaac, preocupado—, si no queremos que Liam y Whittemore nos aplasten en el concurso.
—¿Dónde estuviste ayer?—me preguntó Lydia—. No viniste al ensayo.
—No... no me encontraba bien—tartamudeé.

La pregunta me hizo recordar el INSTA-TAN. ¿A alguno de ellos les habrían crecido pelos negros pero no habían dicho nada por vergüenza, como yo? ¿La poción bronceadora les había producido los mismos efectos que a mí? Tenía que saberlo. No había otro modo de saberlo que preguntando, y aunque temía que yo fuera el único, si no lo hacía no lo tendría claro nunca.

—Chicos, eh... ¿Os acordáis de aquel líquido bronceador? ¿El INSTA-TAN?—pregunté, intentando no darle demasiada importancia.

—Un producto estupendo—contestó Lahey con ironía—. ¡Creo que estoy aún más blanco que antes de usarlo!

—No funcionó—negó Martin—. Tenías razón, Derek. El producto estaba caducado.

—¡Míranos!—Isaac seguía irritado, como si la poca eficacia de la crema fuera un asunto bastante personal—. ¡Estamos tan blancos como la nieve! Esa crema era un fraude.

"¿A alguno de vosotros os han crecido mechones de pelo negro y duro como cerdas?"

Esa era la pregunta que deseaba hacerles, pero ninguno mencionó nada sobre la aparición de ningún tipo de pelo. ¿Les pasaba lo mismo que a mí y les daba vergüenza contarlo? ¿O es que yo era el único?

Inspiré hondo. ¿Tenía que preguntar? ¿Tenía que arriesgarme a que se burlaran de mí? ¿Tenían que arriesgarse entonces ellos a que les partiera los dientes?

Me contuve y no les formulé la pregunta, pues el tema de conversación había cambiado. Ahora hablaban de nuestro grupo.

—¿Puedes traer tu amplificador a casa?—le estaba preguntando Stiles a Lydia—. Scott traerá el suyo, pero sólo tiene clavijas para dos guitarras.

—Quizás pueda traer el mío...—comencé a decir, cuando una ráfaga de viento me quitó la capucha del abrigo.

Levanté una mano para ponérmela en su sitio, pero al hacerlo me rocé la nuca con los dedos y solté una exclamación.

La tenía cubierta con pelo áspero como cerdas.

DEREK HALE, el peludo (Sterek) -TERMINADA-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora