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—¿Qué pasa, Hale?—preguntó Isaac.
—Eh... eh...—No conseguía articular palabra.

—¿Tienes algún problema con la bufanda?—se preocupó Stiles—. ¿Te aprieta mucho?—Tironeó de esta, que era de lana azul marino y me rodeaba el cuello. Era la bufanda áspera que mi madre insistía en que usara porque la había tejido mi tía abuela Amanda.

Me había olvidado de que la llevaba puesta. Cuando la rocé con la mano, había creído que...

—¡Ni que hubieras visto un fantasma!—exclamó Lydia—. ¿Estás bien, tío?

—Sí, sí. Estoy bien—murmuré, consciente de que me había ruborizado—. La bufanda me ahogaba.

Era una mentira muy tonta. Bastante estúpida. Pero no se me había ocurrido otra cosa que decir. No podía confesar que, por un momento, había creído que me había crecido en la nuca una mata de pelo negro y áspero.

"¡Derek! ¡Tienes que dejar de pensar en el pelo!" me recriminé "¡Si no lo haces, vas a terminar volviéndote loco!"

—Vamos dentro, que aún llegaremos tarde—zanjé la conversación con voz temblorosa mientras me ajustaba la bufanda.

●●●

Me apresuré a ir a los baños antes de que empezara mi primera clase.

Mientras me miraba en el espejo se me cruzó una idea horrible: ¿Qué pasaría si de pronto se me caía mi pelo castaño oscuro y me crecían esas horribles cerdas negras?

Continué mirándome en el espejo. Estaba algo arañado y sucio, y mi reflejo no era del todo fiel a la realidad, pues me veía mancillado y lleno de marcas de dedos.

"Anímate, joder. Deja de pensar en el pelo. Olvídate del asunto. No te pasa nada."

Llegué a la conclusión de que los efectos de la loción caducada habían terminado. Hacía algunos días que me la había aplicado, y desde entonces me había duchado varias veces. No quedaba resto alguno de crema en mi piel. Estaba totalmente limpio.

Eché una última ojeada a mi pelo. Solía peinármelo hacia arriba. Me gustaba bastante cómo me quedaba. Me gustaba mi pelo. No quería que desapareciera para ser sustituido por ese manojo negro vomitivo.

●●●

El profesor nos dio corregidos los exámenes de su asignatura.

Lo que me trastocó no fue la nota. Me puso un ocho y medio, nota que acogí de buen grado.
Martin, sentada en una mesa cercana a la mía, había sacado un nueve y lo lucía bastante orgullosa. Me giré hacia la mesa de atrás para preguntarle a McCall qué nota había sacado, pero me encontré la silla vacía.
Miré a Lydia.

—¿Y este?

Se encogió de hombros.

—No ha venido. Imagino que se ha quedado dormido, o le habrá surgido algo, o directamente ha hecho novillos. Ya sabes que va siempre a su bola.

No le di más importancia. Lo que me importó de veras fue lo siguiente: mientras pasaba las hojas del examen (un examen bastante largo) encontré un pelo negro en la última página.

¿Era mío? ¿Era una de las cerdas que habían crecido en mis manos? ¿Eran del profesor?
No. Imposible. Él tenía el pelo rubio, y este era negro.
¿Era un pelo o una pestaña? ¿Sería de sus brazos?

Lo miré sin atreverme a tocarlo. Sabía que estaba llevando este asunto demasiado lejos, que me estaba obsesionando demasiado con el tema y que, si no dejaba de pensar en los malditos pelos, acabaría perdiendo la cabeza. Pero es que ver ese puto pelo pegado en la página tres me hacía temblar como un flan.

Por fin acerqué la página a los labios y soplé para quitarlo.

No me enteré de nada de lo que dijo el profesor durante la clase. Me alegré cuando terminó, porque llegaba la hora de Educación Física. Me vendría bien hacer ejercicio y tener la mente ocupada.
En mi facultad, además de las asignaturas propias de cada carrera, podías elegir (para ganar créditos) alguna asignatura extra, y yo había elegido Educación Física porque me gustaba estar en forma.

—¡Hoy toca baloncesto!—gritó el profesor—. ¡Id a cambiaros! ¡Rápido!

No me gusta el baloncesto. Me aburre correr de un lado a otro de la cancha detrás de una pelota. Además, se me da fatal. Siempre me ponen de ala-pivot, posición que nunca termino de entender, y no es que se me dé muy bien tirar a canasta. Tengo la puntería en el culo.

Pero hoy no me fastidiaba tanto jugar a ese deporte. Correr y hacer deporte me venía de perlas.

Seguí a mis compañeros varones hasta el vestuario. Abrimos las taquillas y sacamos los pantalones cortos y las camisetas sin mangas. Al otro lado del vestuario, Jackson empezaba a bramar:

—Os voy a machacar a todos.

Alguien le dio con la toalla, y agradecí que lo hicieran porque se lo tenía merecido.

Me senté en un banco y me quité las zapatillas. Después, empecé a quitarme los vaqueros. Me detuve cuando los tenía bajados por la mitad y reprimí un grito cuando me vi las rodillas.

Las tenía cubiertas de pelo negro.

DEREK HALE, el peludo (Sterek) -TERMINADA-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora