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—¡Mamá, mira!—entré como una tromba en la cocina—. ¡Mira mi frente! ¡Mi...! ¿Mamá?

No estaba allí. Recorrí la casa, buscándola y llamándola con poco sosiego.

Era la hora de mostrarles a mis padres lo que me sucedía, el momento de enseñarles pruebas concretas de que lo que les contaba sobre las cerdas negras era cierto. El mechón de pelo sobre mi frente los dejaría boquiabiertos. Les haría comprender que hablaba en serio.

—¡¿Mamá?! ¡¿Papá?! ¿Hola?

Nadie respondía.

Cuando volví a la cocina me encontré con una nota adherida al frigorífico con un imán:

"Hemos ido de compras a la capital. Volveremos tarde"

Arrojé la gorra al otro lado de la cocina, enfadado. Me quité el abrigo, lo lancé también contra el suelo y me dirigí al recibidor para mirarme en el espejo.

¡Parecía un mutante! Tenía una franja de pelo negro por toda la frente. Era como si llevara un pañuelo, o una de esas cintas elásticas que se ponían los tenistas.

Me pasé la mano por el pelo negro y me entraron ganas de llorar, gritar de rabia. Me entraron ganas de coger el pelo y arrancármelo de raíz. No soportaba mirarme. Era repugnante. ¡Estaba horrible!

No podía esperar a que mis padres regresaran. No podía aguantar más tiempo con esa mata de pelo en la frente.

Di media vuelta y subí las escaleras para ir al cuarto de baño. Cogí una buena cantidad de espuma de afeitar y me embadurné la frente, reprimiendo unas arcadas al notar el vello áspero.
Comencé a afeitarme. Me dolía, pero me daba igual. Tenía que hacer desaparecer aquella pesadilla.

Mientras miraba cómo caían al lavabo, comprendí lo que tenía que hacer: buscar la botella de INSTA-TAN.

Cuando la hubiera encontrado, se la llevaría al doctor Deaton. Así me creería. Él mandaría el producto a analizar para saber por qué hacía crecer el pelo. Entonces, encontraría el remedio.

Pero... ¿Dónde había tirado la botella? Cerré los ojos para concentrarme e intentar recordar.
Después de encontrar la botella, todos fuimos a casa de Stiles para untarnos la crema y luego salimos al jardín a hacer el jodido muñeco de nieve. ¿Habíamos lanzado la botella al contenedor de la casa vecina deshabitada?

Tenía que averiguarlo.

Le dejé una nota escrita a mis padres junto a la suya, en la puerta del frigorífico:

"Voy a casa de Stiles a buscar una cosa. No tardaré"

Recogí el abrigo del suelo y salí de casa.

Hacía mucho más frío que antes. El cielo estaba encapotado. Me abroché el abrigo y me subí la capucha. Aún me picaba la frente por el roce de la cuchilla.

El recorrido hasta la casa de Stiles se me hizo interminable hasta que la divisé.

No quería que me viera. Si me descubría revolviendo en el contenedor de basura querría saber el motivo, y yo no estaba preparado para contárselo todo. Además, él no me había querido decir nada, ¿no? Estaba algo resentido con él, porque no sólo había guardado silencio, sino que también me había cerrado la puerta en las narices aun sabiendo lo preocupado que estaba.

Fue un alivio que estuviera anocheciendo. Así era más probable que Stiles no me viera desde la ventana de su casa. Dirigí la mirada hacia la misma y comprobé que la luz del salón estaba encendida. Posiblemente, sus padres y él estarían cenando.

"Escarbaré en la basura, sacaré la botella y me iré rápidamente"

Me quedé de piedra al ver que el contenedor había desaparecido. Seguramente se lo habían llevado los basureros.

Suspiré profundamente y caí de rodillas sobre la acera fría.

—¿Y ahora qué?—pregunté en voz alta.

¿Cómo podía demostrarle ahora la veracidad de mi historia al doctor Deaton sin esa prueba? ¿Cómo demostraría que el INSTA-TAN era la razón de que me salieran esos pelos negros?

El viento helado me envolvió en un remolino mientras yo miraba hacia el lugar donde antes había estado el contenedor. Me estremecí.

Estaba a punto de marcharme cuando recordé algo.

La botella de INSTA-TAN. No la había echado de nuevo en el contenedor. La había arrojado al otro lado de la verja. Recordé haberla visto caer en los terrenos de la casa vecina, donde ya no vivía nadie.

—¡Sí!—grité, poniéndome en pie casi de un salto—. ¡Sí, sí, joder, está ahí seguro!

La casa del vecino seguía vacía y a oscuras. Corrí hacia la entrada al jardín, que estaba abierta.

La casa estaba rodeada por muchísimos árboles de mediano tamaño y algunos matorrales mal cuidados. La vegetación había crecido tras salir airosa de las capas de nieve que la habían cubierto los días anteriores y que ahora se había derretido, formando algunos charcos en la hierba. Algunas ramitas de los árboles se habían desprendido a causa del viento y crujían secamente bajo mis zapatos mientras caminaba por el jardín.

Cada vez se hacía más oscuro. Anochecía de forma acelerada. Tenía que darme prisa si quería encontrar la maldita botella. Debía estar por ahí cerca, no muy lejos de la valla que comunicaba con la casa de Stiles.

Mi pie chocó contra algo duro en el suelo. ¡Ahí estaba! No. Era una piedra. La aparté de una patada y continué buscando.

¿Dónde estaría? ¿Dónde? Contuve el aliento al oír un sonido. El ruido de una rama.
Escuché con atención. Escuché el sonido de las hojas, el roce de algo contra un arbusto seco. Otra rama.

No estaba solo.

—¿Quién está ahí?—grité.

DEREK HALE, el peludo (Sterek) -TERMINADA-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora