No Me He Ido

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Subaru abrió los ojos débilmente.
Le era difícil permanecer despierto. La espalda le ardía como si hubieran vertido en ella aceite hirviendo y luego le hubieran pasado papel de lija por encima.

A duras penas consiguió levantarse y contemplar lo unico que quedaba de aquella torre que fue en su día la prisión de su madre.

Un montículo de escombros humeantes llenaba el solar, apenas era visible la estructura que soportaba el peso de la torre sobresaliendo levemente de las rocas.

No había ni rastro de los trillizos ni tampoco de Reiji.

¿Cuánto tiempo llevaba inconsciente?

El alvino decidió ir hacia la torre, caminó a paso lento cojeando un poco hasta que logro ver un cuerpo tendido en el suelo junto a un arbusto de rosas blancas.

Reconoció a su hermano Reiji en aquel cadáver. Tenia el rostro destrozado de tantos golpes que alguien le había asertado. Su cabeza estaba girada en una posición un tanto anormal como si le hubieran roto el cuello.

Oyó un sollozo a lo lejos, alzo la vista y vio una cabellera rubia arrodillada ante los escombros de la torre abrazando algo.

Se obligo a moverse hasta el. Le dolía todo el cuerpo y su mente amenazaba con fugarse de nuevo antes siquiera de poder llegar junto a el.

Pero no podía rendirse aun.

—Vuelve, me lo prometiste—lloraba el rubio aferrándose a lo que parecía su daga de plata.

Se aferraba a ella con tanta fuerza que se había hecho un largo corte en su antebrazo del que se escapaba su sangre.

Subaru tragó duro, tenia mucha sed. Tanta que creía que se partiría en dos antes de poder tomar una sola gota de ella.

—Me prometiste que no te irías para siempre—continuo lamentándose Shu sin percatarse de su presencia.

—Y no me he ido—contesto Subaru deteniéndose a unos metros de el.
Shu rápidamente giro a ver hacia el alvino.

Subaru sonrió y cayo sobre los brazos del rubio quien había soltado la daga para poder tomar al menor entre sus brazos antes de que tocara el suelo.
Subaru grito de dolor cuando la mano del mayor rozo accidentalmente su quemada espalda.

—Subaru—lloriqueaba Shu con el alvino abrazado a el. —Estas vivo ¿Pero como?

—Rompí uno de los muros… antes de que la torre se derrumbara... Salí volando... de el. —dijo en un leve hilillo de voz. Se sentía muy cansado, seguramente se desmayaría de nuevo dentro de poco, pero se sentía feliz de poder volver a ver al rubio.

Shu sonrió con los ojos llorosos.

—Eres increíble.

Subaru quiso sonreír pero el dolor de su cuerpo se lo impidió. Se quejo por ello haciendo que el rubio le diera la vuelta delicadamente para inspeccionar aquello que le provocaba tanto dolor al alvino.

Vio horrorizado aquella herida por la que le oyó gritar antes cuando se encontraba dentro de la torre.
Era una intensa quemadura, muy grabe que se extendía por su espalda hasta su hombro izquierdo donde la tela de su camiseta había sido quemada, dejándole ver a la perfección la magnitud de sus heridas. Su piel adoptaba matices morado, rojo o incluso negro en aquellas zonas donde el fuego le había alcanzado de lleno.

Tenia que hacer algo.

El rubio estaba tan inmerso en sus pensamientos tratando de encontrar algo en ellos con lo que pudiera ayudarlo que apenas notó como su hermano le cogía del brazo en donde se había cortado con la daga y lamia la sangre que se escapaba de su herida.

Acaricio sus mechones de pelo blanquecinos mientras dejaba que se alimentara de su sangre.

Se alegraba tanto de volver a verlo, de tenerlo aun vivo junto a el, bebiendo de su sangre como últimamente solía hacer.

Durante casi dos horas creyó que este se había ido y fue horrible sentirse completamente solo en este mundo vacío.

Por un momento creyó que lo había perdido para siempre.

La Daga Blanca  (Shu x Subaru)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora