CAP. 13

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NOAH.

No sé si alguna vez te has sentido así, envuelta en miles de inseguridades e imperfecciones, sin ninguna idea clara y mucho menos tiempo para aclararla. Con miedos, miedos en los que piensas que no puedes superarlos por ti misma, y sientes tal presión en el pecho que te aterra el simple hecho de respirar. La mayor parte de mi vida se ha basado en indiferencia simulada, como si todo me hubiera dado igual, como si las cosas no me hubieran afectado, o destrozado por dentro. Supongo que es lo habitual en los adolescentes.

Mis 17 años podrían estar resumidos en dos palabras: humillación y decepción. Aprendí a las malas el significado de la palabra confianza, parece ser que en esta vida si no actúas como una perra, te aplastan como a una hormiga. Y esa misma he sido yo durante todo este tiempo, Noah Waiter, la hormiga más pisoteada de Seattle.

Después de haber estado tres largos y extraños años alejada del infierno que viví, pensaba que nunca llegaría a ver la luz. Y cuando por fin creía que la veía, justo cuando estaba a mi alcance, el agujero se volvió a cerrar. Lo único que veía a través de sus ojos era oscuridad. Y deseo, puro deseo.

Lo que viví, me cambió por completo, desapareció la niña charlatana por la callada, la atrevida por la rajada y la que expresaba sus sentimientos abiertamente, por la que lo hace mediante un lápiz y un papel. Sé que suena algo raro, pero, mis sentimientos y emociones están reflejados en cada uno de mis dibujos.

Desde que Kylliam se alejó de mí, sin aviso alguno, he tenido dificultades para expresar mis sentimientos abiertamente. Lo intentaba, pero no podía. Me resultaba la cosa más difícil del mundo. Pero cuando empecé a dibujar, aparecían cada uno de mis sentimientos y podía expresarme sin ningún problema. Y de ahí vino mi afición al dibujo. Era el único método que me hacía desconectar de todo lo que me rodeaba y centrarme en mi misma.

Supongo que algún día aprenderé a controlar mis emociones, y sobre todo a vencer todos y cada uno de mis miedos.

Kylliam en todo este tiempo había sido como un volcán dentro de mi, siempre apagado, pero sabiendo que en cualquier momento podría erupcionar. Y como no, aquella noche estaba cubierta de lava hasta arriba.

No se que pasó, escuché el ruido de la puerta cerrándose a mi lado y la realidad invadió mi cuerpo. Lo que estábamos haciendo no era nada bueno. No después de todo. Me estaba dejando llevar por mis sentimientos y a veces suele ser la peor opción.

Estaba avergonzada, de lo dura que siempre he pensado que era, pero con lo que estábamos haciendo me demostré a mi misma que soy más blanda de lo que creía. En cuestión de milésimas quedaron atrás cada bloque de cemento que interpuse entre mis sentimientos y Kylliam.

Te pasas años construyendo una casa, detalle a detalle para que después de tanto trabajo, una pequeña ventisca de aire caliente- te la tire con el menor esfuerzo posible. Mi casa estaba rota, pero más que por un soplido de viento, por un inmenso mar de lava proveniente del volcán que acababa de erupcionar.

Kylliam no paraba de maldecir en voz alta, estaba asustada, no sabía qué hacer ni qué decir, quería que dejara de hablar y que volviera a donde mi. Que jamás dejara de tocarme.

Sentía frío en cada parte de mi cuerpo, por sus manos ausentes, que hasta hacía diez segundos conseguían que mi piel ardiera tan solo por su tacto. Lo necesitaba. Necesitaba volver a arder.

Se ponía las manos en la cabeza todo el rato y no paraba de dar vueltas por la habitación, como decidiendo qué hacer. Al final, sin siquiera mirarme, se fue directo a la ventana. No quería que se fuera, no después de esto. Pero se fue bajando por las escaleras que le había puesto en la ventana.

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