Capitulo 20 || Las promesas y la revelación de una verdad impronunciable

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Era cuestión de horas, ella lo sabía mejor que nadie, después de todo, dentro de su ser se desarrollaba la batalla que, sin remedio alguno, estaba perdiendo, pero, así y todo, postrada en su cama, la misma cama que había utilizado tantos como lecho matrimonial junto a su adoración de rubios cabellos, sabía que debía de asegurarse de que las sonrisas de los dos hombres que más amaba en este mundo, no se vea borrada y que tampoco, su inminente muerte, los destrozara y sintieran que no podían seguir adelante con sus vidas.

Por dicha razón, le pidió a la joven pelinegra que llamara a su jefe.

-¿Está segura, señora? Su estado no es el mejor.

-Se cual es mi estado, Shaina, pero sabes tan bien como yo la situación que se desarrolla en esta casa y debo de asegurarme que, aún que inevitablemente sea duro para ambos, van a estar bien y podrán superarlo sin mucho problema.

-Está bien, señora, no le discutiré porque comprendo sus preocupaciones y necesidades con respecto a su familia. Enseguida le aviso que quiere verlo.

Luego de darle una ligera sonrisa, que se vio borrada por una mueca de dolor enorme debido a su deteriorada y dolorosa situación de salud, Calvera se quedó sola en su habitación, recostada en montones de almohadas, cubierta totalmente en mantas térmicas, aunque era verano y hacía demasiado calor, pero la enfermedad la había consumido hasta los huesos que pasaba frío casi todo el tiempo, por lo que esa clase de cosas era lo único que le daba alivio.

Trataba de mantenerse positiva, trataba de que nadie viera su dolor, sobre todo su pequeño Milo, pues sufría mucho de ver a su madre tan mal y ella no quería que así fuese, ella quería verlo feliz siempre y sabía que una sola persona en el mundo lograba eso, por lo cual, se aseguraría de que nunca lo separasen de él.

La puerta fue golpeada dos veces y sin esperar, le pidió que ingresara.

-Shaina dijo que querías verme. ¿Necesitas algo?

Calvera lo miró fijo y dejo salir una pequeña risita que extrañó al francés por lo que la joven se apuró a decir la razón de su divertimento.

-Tus labios están bastante rojos e hinchados... ¿Estuviste con mi esposo, verdad?

Degel palideció de solo oír aquello y no esperó un solo segundo en defenderse de aquello.

-No entiendo lo que me dices, Calvera, pero ten por seguro esto, yo jamás me he metido en medio de tu matrimonio. Jamás podría hacerte tal cosa.

-Degel basta.- El aire le faltaba para todo y no iba a permitirle que la hiciera discutir por algo que ella bien sabía que era real. -¿De verdad vas a tratar de engañarme? Estoy a punto de morirme y así y todo ¿Te atreves a decir que no es cierto algo que toda la casa sabe?

-Calvera...

-No soy idiota, Degel... Se que eres el amante de mi esposo.

La desesperación lo atacó, pero casi de inmediato, una extraña calma lo invadió. Calma que sabía bien se debía, a que podía dejar de fingir frente a la única persona que realmente estaban lastimando con todo aquel juego oculto.

-Tú... ¿Cómo es que...? ¿Cómo puede ser...?

-Fue fácil saberlo, Degel. Incluso creo que yo lo supe mucho antes que ustedes.

-¿Qué quieres decir?- Necesitaba saber todo lo que la morena sabía, aunque estaba en perfecto conocimiento de que mucho no podía hablar puesto que llegaba un punto en que no podía ya ni respirar, pero quería arriesgarse a eso y pedirle que le contara hasta el más mínimo detalle que ella tuviera conocimiento sobre su aventura.

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