Capítulo 11

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Pude sentir el miedo saliendo de sus poros. Desde que despertó no dejaba de preguntarse dónde estaba, quienes éramos, que le había pasado, cómo llegó ahí.
Tomé su mano y le dije:
-Oye, escucha con calma ¿si?,  relájate, estamos para ayudarte. ¿Qué recuerdas en tu tiempo dentro del hospital?

Zero: no recuerdo mi origen, mi nombre, cuánto tiempo estuve ahí. Siempre que entraba un doctor con bata gris y mascarilla azul, sabía que volvería a ese lugar. Me vendaban los ojos para no saber dónde me llevaban. Cuando ya llegábamos, me amarraban a la misma silla una y otra vez, mientras mis brazos eran perforados una y otra vez; me sentía mareado, excitado, hiperactivo, cansado, con alucinaciones, e incluso todas combinadas. Y cuando ya pasaba el efecto me daban una bebida energizante, una sopa de pollo, y la misma frase una y otra vez:
-darás fruto a nuestro imperio.

Luego un día, todo se oscureció y ahora, despierto aquí. Y tengo miedo, tengo miedo de volver ahí, no lo permitan por favor.-

Al mencionar la última frase, las lágrimas enjugaron su rostro y lo abracé, debía sentirse protegido y conmigo lo estaría. Era apenas muy joven para vivir lo que vivió.

Horas después llegué a casa, al ver a Mónica, que yacía sentada en el sofá tomando té de manzanilla, fui a abrazarla con mucha felicidad.

Yo: ahora si hermanita, no nos van a separar.
Mónica: te extrañé mucho.
Yo: te protegeré.

Nos abrazamos y estuvimos toda la noche platicando sobre mi vida, como había ido en mi último año y sentí en su mirada, en sus respuestas, la tristeza, ella quería vivir todo eso conmigo, haber estado para mi, incluso llegó a decir que fue una mala hermana y discutimos satisfactoriamente. Comimos palomitas y dulces mientras mirábamos un maratón de Gossip Girl. No tuve conciencia de la hora en que me dormí, el asunto que desperté tarde, en semana de clases.
Al ver la hora, 6:23am, me levanté de la cama de imprevisto, no tomé ducha, pero alcancé a cepillarme los dientes y parecer decente.

Cuando llegué a la escuela, ahí estaba, mi Nicolás esperándome para entrar juntos. Cada vez que lo veía el corazón me latía fuerte, mis ojos brillaban y una  sonrisa se dibujaba en mi rostro. Me sentía el chico más afortunado del mundo. Siempre quise un amor que me consuma, con pasión y un poco de peligro, y Nicolás era ese amor, el chico perfecto. Ver sus ojos negros brillando por el sol mientras su pestañas se curvan, su piel blanca y reluciente con pelitos rubios en los brazos, ver su abdomen marcado en la camisa, los jeans ajustados a la perfección, ese chico si sabía cómo combinar sus vestimentas y eso me fascinaba.
Cuando llegué al portón:

-Yo: disculpa la tardanza, tuve una noche con mi hermana que necesitaba desde hace mucho tiempo.

-Nicolás: tranquilo amor, pero si te vuelves al tardar te dejo y yo iré a clases.

Al terminar sus palabras, me dio un beso en mi mejilla y yo alboroté su cabello hermoso.
Cuando Nicolás se adelantó, Celia pasó a mi lado y dijo:
-Son tiernos juntos.- y yo quedé como, aja si, sin respuesta alguna.

Estuve en mis primeras clases casuales pensando como decirle a Nicolás lo que había pasado, él no merecía que lo engañara de tal forma, él merecía la verdad, pero ¿como le diría?, obviamente dolería al principio, y sabía con certeza que lo entendería.
Al salir de clase de Español, un chico me preguntó:
-Oye! ¿Te postularás para la presidencia del instituto?

-No he pensado en eso.

-Deberías hacerlo, serías un gran líder.

Y se marchó el chico, con rumbo a cafetería.
Mi grupo de amigos estaba ya reunido con Giselle y sorpresa, también Celia, ella tenía algo que no me agradaba.
Fui a estar con ellos y Celia entabló una conversación directa conmigo:

LUJURIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora