Capítulo 1. Soledad

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Las gotas de lluvia no me dejaban saber si él ya no estaba frente a mí. Estaba sumida en la depresión, tan solo viendo como mi pasado y mi futuro se iba de mis manos. Yo quería formar una familia, casarme, tener hijos. ¿Él? Quería ser libre. ¡Maldito! ¿Quería ser una gacela? 

Me senté en esa banquita. Mojada, tan solo viendo los faros de los autos que pasaban frente a mí. La lluvia arreciaba y yo estornudé, al parecer mañana estaría muy enferma. 

Me levanté de allí y comencé a caminar entre todos esos charcos. Mi cabello estaba enmarañado y lleno de tierra. No quería ni saber cómo estaba mi cara. Habían roto mi corazón, así que no me importaba para nada el mundo exterior. ¿Por qué no querían formar una familia conmigo? 

Era buena chica, me había graduado de la universidad con excelentes calificaciones. Era bonita, era de cabello negro corto hasta los hombros y ondulado, piel morocha, alta de cuerpo bonito y ojos grandes y color chocolate. Era agradable, no ahogaba a mis amigos, ni tampoco a mi novio. Le permitía estar con sus amigos y además cuando necesitaba de mí, siempre lo apoyé. ¿Por qué terminamos? Porque según él… yo era demasiado buena para él. ¡Gran motivo! 

Atravesaba un parque y me encontré con una pareja en unos columpios; ella sonreía mientras él la empujaba levemente. Luego él se paró frente a ella, la detuvo y luego la besó dulcemente. ¡Qué bella imagen! Como quisiera que alguien hiciera eso conmigo. 

No me detuve, seguí caminando pues no quería que eso me derrumbara de nuevo. La lluvia arreciaba aún más, esto parecía una tremenda tormenta. Comencé a correr y llegué a mi auto. No encendí la radio pues sabía que cualquier canción que escuchara haría que yo me identificara con ella. 

Al cabo de unos minutos, llegué a mi edificio. Subí por el elevador y entré apresuradamente a mi departamento. En mi camino al baño, me desprendí de mi ropa empapada y entré a la ducha. El agua caliente hizo que mis músculos se relajaran. Suspiré un poco y luego lloré, de nuevo. 

Estaba harta de tanto corazón roto, siempre era lo mismo. Yo era una chica demasiado buena para ellos. ¿Acaso querían que yo fuera una perra desgraciada que los tratara mal? ¡Quién los entiende! 

Salí del baño y me puse mi pijama favorita: era una pantalonera azul, con dibujos de vacas y una playera azul, mis pantuflas eran unas vaquitas. ¿Aniñado? Bastante, pero ahora estaba en una crisis. 

Kennedy subió a mi cama. Era un Beagle de dos años. Lo compré cuando mi padre falleció. Ahora estaba sola en el mundo, mis padres eran hijos únicos y mis abuelos ya habían muerto. Mi madre murió por un ataque al corazón hace diez años. Yo tengo veintiuno. 

Desperté y Kennedy estaba observándome. Lo acaricié y cuando traté de salir de la cama, un mareo me detuvo. Toqué mi frente y ardía. Eso de quedarme en la lluvia no era lo mejor que pude haber hecho. 

Me puse ropa abrigadora, pues aunque enferma tenía que trabajar. Le di croquetas a Kennedy y me senté a su lado tan solo observándolo. Lo acaricié y él me miraba con sus grandes ojos brillantes. 

- Solos tú y yo amigo –exclamé-, al parecer el único hombre en el que confiaré será en ti –le sonreí. Se levantó y se fue a su cojín a dormir. 

- ¡Genial, también me ignorarás tú Kennedy! –dije un poco molesta y luego fui a jugar con él. 

Me despedí de él. Salí del departamento y me puse una boina y una bufanda, pues el frío era insoportable. Caminaba a paso lento pues me sentía realmente mal. Mi celular comenzó a timbrar, observé la pantalla y era mi jefe. 

- ¿Hola? –contesté con la nariz tapada. 

- ¿Estás bien? Suenas enferma –me dijo. 

- Estoy por salir del departamento. ¿Necesitaba algo? 

Chills in the EveningDonde viven las historias. Descúbrelo ahora