Recostada a su lado, preguntándome si él estará observándome. Abro los ojos lentamente y me pongo a llorar sabiendo que él no está más.
Me hago un ovillo y vuelvo a cerrar los ojos esperanzada a volver a soñar con él, volver a imaginarme entre sus labios, volver a imaginarme rodeada por sus pequeños brazos.
...
-¡No! –me gritaba entre risas- Me vas a dejar rojo.
- No es mi culpa que tu tatuaje de gena hiciera reacción alérgica, cálmate –pedí tallando el tatuaje para quitárselo.
- Yo sé que disfrutas de mi sufrimiento Minna, yo lo sé –dijo él abrazando la camilla.
- Ver tu trasero lleno de ronchas no es mi mayor placer –dije tallando con fuerza.
- ¡Me lastimas! –gritó y yo reí.
- ¡Quédate quieto! –pedí- Prometo que cuando termine tu trasero será tan terso como el de un bebé.
- Todo por esa apuesta que te dejé ganar –dijo enfurruñado.
- Bueno, por lo menos me hiciste sonreír, además... fue una buena excusa para que tú admitieras que me amas...
- No necesito tener un tatuaje para decírtelo... -se dio la vuelta y se sentó frente a mí. Me sonrió y yo también lo hice. Dougie abrió sus manos y me rodeó el cuello con sus brazos acercándome más a sí.
- Te compraría la luna si pudiera, te besaría a cada segundo si fuera posible –susurró en mi oído- te amaría casa día, cada hora, cada minuto y cada segundo del resto de mi vida si tan solo tú me lo permitieras –dijo besando mi frente. Levanté la mirada y sus ojos celestes se encontraron con los míos.
- ¿Lo prometes? –pregunté y él sonrió.
- Lo prometo...
Desperté llorando, asustada y molesta porque este sueño recurrente me asaltaba todas las noches. Agitada, salí de mi habitación y caminé a la contigua. Abrí la puerta como todas las noches y entré sin permiso. Me metí entre las sábanas y me acerqué a él en busca de consuelo. Al notar mi presencia me rodeó con ambos brazos y me acercó a sí. Con canciones de cuna comenzó a calmar mis sollozos y a velar mis sueños en lo que yo volvía a dormir.
...
Estaba sentada viendo a mi alrededor, pensando en la cantidad de noches que pasé aquí. En lo mucho que extrañaba mi estadía y en lo mucho que lo extrañaba a él. Me levanté de la cama y caminé hacia ese guardarropa, abrí la puerta izquierda y me encontré allí con la figura de mi novio fallecido. Lucía tan perfecto, tan feliz, tan dócil. Sonreí al recordar la primera vez que vi esta fotografía, en la incomodidad que me causaba al principio y hasta en las siguientes fotografías que también pedí. Suspiré y cerré la puertecilla.
Regresé a la cama y me tiré en el lado de él. Aún podía percibir el olor a él, esa mezcla de dulce, niñez, inocencia, valentía, gallardía y caballerosidad. Me di la vuelta y miré hacia el techo de la cama. Cuantas veces lo veía por las noches y cuantas veces deseaba que él me acompañara.
Me levanté de la cama y tomé mi bolso. Le di un último vistazo a la habitación y salí de ella acompañada de un montón de recuerdos. Atravesé el pasillo y abrí la puerta de mi habitación. Estaba casi completamente vacía, solo por mi cama y algunas cajas de zapatos que Donna estaba usando.
- ¿Cómo vas Donna? –pregunté al ver que ella estaba pintando una de las cajas.
- Bien mami –contestó- pero no me trajiste el azul –respingó y yo me rasqué la nuca.
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Chills in the Evening
Romance“A menudo, el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd”- Alphonse-Marie Louis.