IX

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El humor del joven Hamilton había cambiado drásticamente. Quizás era por tener una responsabilidad más sobre los hombros, o quizás por tener que soportar los sermones de su padre a diario, o por aguantar las burlas que Eacker le daba siempre. Su ceño permanecía fruncido casi todo el día, a excepción de cuando estaba con su dulce Theodosia.

—Cielo, quiero decirte algo —confesó Philip en la soledad de su cabaña—. Te amo, y siempre lo haré, no dudes de ello.

Theo sonrió y besó las pecosas manos del muchacho.

­—Jamás haría lo que hizo mi padre, jamás te engañaría. Nunca, jamás.

—Lo sé, cariño.

—No soy como mi padre, lo juro.

La respuesta de Theo fue un beso. La única respuesta que lograba adormilar a los miedos de Phlip. La respuesta más eficaz a todas las preguntas.

De amor, odio y otras tragedias | PhildosiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora