XI

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Theo simplemente le aconsejó ir a la casa de los Reynolds, preguntar por la mujer y entregarle el dinero con una amable sonrisa. Así, sin más.

Philip se plantó frente a la puerta principal y tocó algunas veces. Escuchó un par de tacones precipitarse de prisa para atenderle. El rostro moreno de una mujer se asomó. Era ella, era ella indudablemente. No conocía a María, pero las descripciones que su padre dio en el panfleto se asemejaban a la señora que tenía enfrente. De cuerpo menudo, vestido rojizo, cabello largo castaño ondeado que cuelga hasta su cadera, de un mirar chocolate con destellos de temor; tenía el labio partido y un moretón en el ojo.

María quedó petrificada al ver al joven Hamilton, tanto así que pensó que sería sometida a otra tanda de golpes e insultos por parte del muchacho, pero la sonrisa del chico ahuyentó esos pensamientos.

Philip, sin saber que decir, le tendió los billetes.

—Tenga —murmuró él—, sé que los necesita.

—No puedo aceptarlos...

—Claro que sí, tómelos.

María obedeció un tanto dudosa pero a la vez agradecida, pues ese muchacho le había dado lo suficiente para poder sostener a su hija un día más.

Un hombre apareció a las espaldas de María, Philip esperaba que fuese el señor Reynolds, pero no. Quedó lívido al distinguir los rasgos faciales de Aaron Burr. Mierda, quizás Hamilton no fue el único que buscaba "entretenerse" con María.

De amor, odio y otras tragedias | PhildosiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora