Sorda de amor.

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- Claro que te la daré.- Dijo con mucho sarcasmo...pero Sacro Imperio no sabía de sarcasmo, eran sólo palabras firmes las que podían salir de una boca. Es por ello que se emocionó e incluso empezó a alucinar sobre su vida entera al lado de su amor platónico, que cada vez era menos platónico.- ¿Pero para que la quieres?

- Oh, eso.- Volvió a colocarse el sombrero, libre de preocupaciones y feliz de haber logrado su objetivo.- Para pedirle a Italia que sea mi novio.

Romana se volvió completamente pálida.

- E-estas jugando.- Dijo casi en susurro.- No es cierto...

- Sí. Es cierto, le preparare un gran plato de pasta y le preguntaré esta tarde, por eso quería que estuvieras de acuerdo en que saliera con tu herman-

- ¡Italia es niña!- Soltó Romana poniéndose de pie histérica.- ¡Niña!

- Vamos Romana, tampoco seas tan cruel con él.- Corrigió SIR.- Puede que sea ligeramente sensible y su voz todavía no cambie...- Divagó mientras se dirigía firme a la salida.- Pero no es para que lo llames niña.

- ¡¿Qué parte no entiendes?!- Siguió gritando, sin palabras de lo que estaba sucediendo.

- Bueno, gracias por aceptarlo Romana, te veo luego.- Se despidió ciega (o debería decir sorda) de amor, sin tomarle importancia a los gritos sonoros de la sureña. Se fue casi caminando en el aire, feliz.

- ¡Espera! ¡Vuelve! ¡Tu no entiendes!- Intentó por última vez, pero la niña ya está bastante lejos de aquella casa y Romana sólo gritaba como loca desde la puerta, pues tenía miedo de que al salir con ella llegara Francia para secuestrarla.- ¡Bastarda! ¡Italia es niña!

Y en efecto, ya era tarde... SIR ya no alcanzó a oír ni una palabra.

***

- Te faltó un poco ahí.- Austria apuntó a una mancha del piso, haciendo a Italia bufar y de inmediato limpiar.- Cuando termines aquí quiero que ayudes a limpiar los trastes sucios.- Se acomodó las mangas y caminó escaleras arriba pensando en que más debía poner orden.

La puerta principal se abrió de par en par con tanta energía, que Italia se vio obligada a ver, y no era nadie más que Sacri.

- ¡Italia!- Exclamó en frente de ella.- ¡Hay algo que debo decirte!

- Pues sólo dilo- Dijo algo cortante pero amable, volviendo a arrodillarse para trapear como le habían ordenado.

- No, no, no debe ser en otro lado. Es algo verdaderamente privado.- Negó con un brillo en sus ojos.- ¿Y si salimos a algún parque o a la plaza del pueblo o algo?

- Lo siento, Sacro Imperio.- Se lamentó la italiana.- Hoy tengo todo el día ocupado, tu sabes, porque ayer la señorita Austria me dio el día libre.

- Eso no es problema.- La rubia subió los escalones llena de entusiasmo, entrando a la oficina de la austriaca.- ¿Austria?

Nyo!Chibitalia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora