Capítulo VIII:

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𝙽𝚞𝚎𝚟𝚊 𝚈𝚘𝚛𝚔
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—Alexa, ¿qué sucede? Estas muy callada— preguntó Sáhara—, creí que te la habías pasado bien con Adam.

—Ángela fue de cotilla con mis padres—hizo un moín—, me castigaron; además no quiero saber de ese idiota, es un maldito arrogante... —el nudo en la garganta no la dejó que continuará y calló, quería que Adam la interrumpiera como lo sabía hacer, pero la áspera voz de él no sonó.

Las lágrimas corrieron por sus mejillas, Sáhara la abrazo y lloro con ella. Le dio unas palmaditas en la espalda mientras acariciaba su cabello. Las lágrimas de ambas eran silenciosas pero con dolor distinto. Sáhara era muy sensible y apreciaba a Alex, al final de todo ella era su mejor amiga. La Universidad fue una tortura, por alguna extraña razón los amigos de Adam creían que ella sabía el paradero de él. La tenían harta, ¿cómo sabría ella eso? Sí el idiota de Adam lo único un hacía era desaparecer sin avisar. Vaya que era fantástico el poder que Salt tenía para preocupar a medio Instituto. Los padres de Alexa no se comportaban como antes, eran distantes; no la rechazaban pero simplemente la decepción pudo con ellos y la trataban distinto. La querían, y mucho pero su falta de madurez a los 20 años era injustificable para ambos.

Adam abordó el avión que se dirigía hacia Nueva York. Nuevamente iría a esa ciudad, la ciudad a donde su madre corrió para volver con su padre por quinta vez. Cuando Zack dejó su departamento, corrió a comprar un billete de avión directo a la ciudad enigmática de Nueva York y esa misma noche se marchó, sin avisar más que a la Universidad, pidiendo un permiso para faltar. 

El viaje fue largo y un poco incómodo. Le dolía el cuerpo por estar tanto tiempo en una misma posición. Lo único que hizo en el transcurso del viaje fué ver por la ventanilla y escuchar música. El pecho le dolía, con el corazón oprimido aguanto las ganas de llorar. Un mal presentimiento hundió sus emociones y rondó sus pensamientos dando vueltas a una sola cosa, la muerte de su madre. Temía por la salud de su progenitora, igual no podía disfrazar la cruel realidad; su madre había arruinado su propia vida y de paso arrastró a Adam con ella. Por los altavoces sonó la voz de la azafata, anunciando que el avión aterrizaria en breve, dando instrucciones de lo que deberían hacer por su propia seguridad. Bajo del avión con el poco equipaje que subió y salió lo más rápido posible del aeropuerto. Subió a un taxi y le dió la dirección de su destino. Vió pasar frente a sus ojos las calles, edificios y rascacielos de la ciudad.

—¡Oye!— Adam quitó la vista de la ventana y vió al chofer, guardando sus audífonos en los bolsillos de su chaqueta—te pareces a Joseph, el ex boxeador, el mejor de todos hasta ahora—dijo el hombre y le sonrió—, ¿es pariente tuyo?

—Digamos que algo así—Adam apretó la mandíbula. El conductor no dijo nada más, había notado la tensión en el cuerpo del chico. 

Frente a ellos la lujosa casa de Joseph Salt apareció. El famoso boxeador retirado era un excéntrico hombre de gustos caros y raros; aunque no era tan viejo igual tenía el dinero suficiente como para vivir cómodamente el resto de su vida y si a esa pequeña fortuna le sumabas el gimnasio que tenía como negocio... Era un hombre que no tenía preocupación alguna. La casa no era grande pero si bonita, contaba con dos plantas, un jardín hermoso lleno de flores y rosales, que incluía una fuente en el centro rodeada de pasto y un sendero de piedras por donde pasar; la casa estaba colocada en un vecindario de clase media-alta con calles limpias y fuera de vecinos cotilla. Tocó tres veces el timbre. En la entrada apareció un hombre con cabello negro salpicado en canas.

—¡Oh, Adam!, veo que recibiste mi noticia—dijo, se colocó a un lado y dejó entrar al chico. El hombre, casí anciano tenía el pijama puesto con el periódico en la mano derecha.

Adam Salt © [𝙵𝚒𝚗𝚊𝚕𝚒𝚣𝚊𝚍𝚊]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora