Capítulo 35

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Hoy es un nuevo día de juicio, ojalá el último. No soportaría ver de nuevo a Pablo y su chulería, recordar todo de nuevo y demás. Me preparo con una camisa blanca con una americana negra, falda de tubo negro y unos tacones negros.

Me miro al espejo y veo a la Astrid de siempre, elegante y segura. Pero ahora no es así, ha cambiado, quizás siga siendo elegante pero menos segura. Ahora no me veo como la persona estricta que era.

Voy para el salón y ahí está Isabel esperándome para irnos.

—¿Preparada?

Yo asiento como respuesta y vamos a los juzgados en coche. No hablamos durante el camino, no tengo ganas de hablar e Isabel lo nota y me respeta. Cuando llegamos, ahí están mis padres y León.

Los saludo a todos con un abrazo. El último es a mi padre que me pregunta:

—¿Estás bien?

En el momento que formula la pregunta, mi mirada se dirige a alguien que hay más detrás de mi padre. Noel, que va con una camisa celeste con unos vaqueros y zapatos oscuros.

—Sí. –Le contesto.

Mi padre dirige su mirada a donde la tenía puesta hace escasos segundos y vuelve a mirarme:

—¿Noel?

—Sí.

—Tienes menos de dos semanas.

—Papá, ¿enserio que sigues con eso?

—Sí, así que más te vale traerlo.

—Venga, entremos. –Dice mi hermano.

Todos los siguen excepto yo y Noel, que se acerca a mí.

—Hola. –Me saluda.

—Gracias por venir.

—Deja de darme las gracias, lo hago encantado. –Sonreímos, pero sigue hablando. –He notado que la mirada de tu padre ha cambiado.

—Sí, ya sabes, ha comprendido que vas a estar aquí. Y sigue con lo de la comida.

—Por supuesto. Venga entremos nosotros también.

Entramos los dos, pero Noel se queda en el último banco. Yo me dirijo a la primera mesa a la derecha, donde está mi abogado. En la otra mesa esta Pablo, mirándome mal, aunque eso me da lo mismo.

Llega el juez y con ella empieza el juicio. Se repite la misma historia que en el anterior juicio, recordado lo ocurrido, pero cambia con la presencia de Helena como testigo donde presenta los informes donde habla de mi trauma a causa de la violación y que, con ello, he producido un rechazo hacia el contacto físico y no pueda vivir sola.

Luego aparece otro testigo, el hombre de seguridad, que cuenta como quitó a Pablo de encima de mí. También cuenta como estaba después de quitarlo, con la mirada perdida y llorando antes de que llegara la ambulancia. No recuerdo mucho sobre eso, decidí dejarme llevar y que actuara rápido, no quería pensar en el dolor, en lo que me hacía, solo en que terminara y me dejara ir.

El juez pregunta al abogado de Pablo si tiene algo que decir y dice que sí.

—En su defensa me gustaría decir que entre el señor Raúl, el hombre de seguridad, y la señorita Astrid existe un complot en contra de mi cliente porque no les gusta cómo trabaja y como intenta dirigir la empresa de su padre, y por ello querían ponerlo de mala persona y mal trabajador para que su padre lo echase.

Me aguanto la risa y miro sorprendida porque es la defensa más absurda que he escuchado. Por favor, si la ambulancia nos vio a los dos. Esto no se lo cree ni un niño de cinco años. Pero su abogado sigue con su defensa.

Reserva [Añejo #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora