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—Y bien, ¿lista?

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—Y bien, ¿lista?

—Supongo.

El joven empresario y la boxeadora se adentraron al mágico salón. Los encargados del protocolo les abrieron las puertas de par en par, mientras Kyle ofrecía su brazo como guía para bajar las escaleras hasta dar con el centro del evento. Sin embargo, su llegada atrapó las miradas de todos los presentes, incluido su hermano.

Sin embargo, los oscuros ojos de Arthur se toparon con las misteriosas pupilas de Lena. Y, en ese momento, el tiempo pareció detenerse. Tanto tiempo sin verse, sin saber el uno del otro para encontrarse en aquella desdichada noche... La electricidad de ambas estrellas fugaces era palpable para cualquiera, esperando el momento en que entrasen en contacto la una con la otra. El mariscal de campo quedó estupefacto en el acto, al observar la delicadeza hecha persona: Lena. Estaba tan hermosa, brillaba en todo su esplendor cual sol haciendo de las suyas. Un tornado de sensaciones se abrieron paso en el corazón de ambos, mientras la música hacía que ambos se trasladasen hasta aquella noche llena de pintura, besos, fuego y amor. Un amor que por terceros, fue separado.

Lena trató de no dejarse llevar. Necesitaba que su plan se hiciese a toda costa, nada de sentimientos, nada de perderse en los azules ojos de Arthur ni en sus dorados cabellos o en sus labios dulces como la miel. No, ¡nada de eso! Estaba aquí por una misión, y era darle una patada en el trasero por las fotografías. 

El segundo anonadado en la noche fue, sin duda alguna, el doctor Filippe. ¿Qué demonios hacía su hija en un lugar como aquel? ¿O la extrañaba tanto que era solo una alucinación que le jugaba su subconsciente? Lucero sonreía con orgullo, nunca había visto a Lena tan arreglada salvo para el funeral de la abuela de Abigail.

Los rostros de Abigail y Antoine, junto con la rabia contenida en Miracle y la cara de póquer del señor Robert, solo fueron los platillos de entrada para Lena. Ésta, percatada de haber aclamado la atención de los invitados, se aferró al brazo de su compañero, saludando a todos con un asentimiento de cabeza y luego se planto frente a su padre.

—¿Qué haces tú aquí? 

Lena sonrió socarronamente.

—Eso te pregunto a ti, papá. ¿Con que ahora también te deseas unir a las fuerzas armadas? Hola, Lucero —saludó a su madrastra, para luego divisar de soslayo a Abigail y el algodón de azúcar humano—. Muchachos —musitó con educación.

—Lena... —sisearon.

La rubia se carcajeó, se sentía muy alegre y llena de energía. Bateó su dorada melena hasta que Miracle trató de confrontarla.

—No puedes ser la pareja de mi hijo. ¿Kyle? —exigió al rubio cenizo.

Él, por su parte, no entendía un comino lo que estaba sucediendo. ¿Por qué especulaban tanto de Piñita? ¿El mundo era realmente un pañuelo como suelen decir los abuelos? Solo Lena le daría las respuestas necesarias a todas las interrogantes que estaban formulándose en su cerebro. Se limitó a encogerse de hombros hacia su madre y procedió a saludar fraternalmente a Robert y a Arthur, aunque el último de los mencionados tenía su mente en otro lugar.

Se dice de mí ® │CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora