XV

22 7 0
                                    

Lleva dos días correteando de un lado a otro mientras interrumpe mis esfuerzos por culminar la mudanza

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Lleva dos días correteando de un lado a otro mientras interrumpe mis esfuerzos por culminar la mudanza.

Poco a poco voy desenterrando mis tesoros de entre el cementerio de cajas que todavía adornan el recibidor de mi apartamento.

El sofá apenas y descansa. Luca lo puebla cada vez que puede o cada vez que se aburre, cosa que es más seguido de lo que podría imaginarse nadie.

Nuevamente me veo hablando con el niño que no está aquí. Hablando a modo de distracción para así agilizar un poco el laborioso trabajo de abrir, cargar, vaciar y acomodar todo lo que, pacientemente, espera dentro de cada una de estas cajas.

Su mirada va y viene según me muevo y suspira de vez en cuando, solo cuando sabe que puedo oírlo.

Apenas y me atrevo a volver la mirada hacia él. No puedo hacer mucho para entretener un fantasma salido de las profundidades de mi memoria mientras tengo tantas cosas por hacer, tantas responsabilidades pausadas adrede a causa de esta mudanza forzosa.

Una excusa más para frustrar mi estilo de vida. Una excusa más de las otras tantas que me he venido inventando cuando me siento solo.

–¿Y cuándo dejarás de ser adulto?

–Cuando me muera, creo yo.

–¿Y acaso te falta mucho? Estoy aburrido. ¿Desde cuándo eres tan aburrido?

Ciertamente: ¿desde cuándo? ¿Cuándo perdí la capacidad de dejarme llevar por mi propia imaginación? Aun cuando la he venido enfrentando desde hace un par de días luciendo el aspecto de aquel niño que alguna vez fue Luca.

Me habla, me toca, me golpea de vez en cuando, solo si lo ignoro demasiado. Se queja, patalea. Incluso ha llorado un par de veces y, en realidad, no he sabido dar respuesta al tan complejo juego que la mente se ha puesto a jugar en mis narices.

Es que todas sus respuestas, todas sus reacciones, sus gestos y miradas, todas y cada una corresponden al Luca que da vuelcos en mi memoria.

La correspondencia entre este niño, que me hala de la camisa, y el niño que alguna vez paseó a mi lado en bicicleta es tan exagerado que, cualquier persona (si existiese alguna que pudiera) diría que no es producto de mi imaginación.

Su cabellera roja va directo a la cocina y vuelve, minutos después, sosteniendo tres o cuatro galletas en sus manos.

No recuerdo haber comprado dichos dulces. No recuerdo, tampoco, haber llenado con nada ninguno de los estantes de la cocina.

Se sienta en el sofá, me mira y sonríe con una picardía imposible de ignorar.

–¿Quieres una? Quedan bastantes todavía.

–Déjame desocupar esto y te acompaño.

–¡Ay, llevas mucho tiempo ya con eso! Vente que puede esperar, yo no. O sino, no comerás ninguna. Te lo prometo.

Con ese argumento tan sofisticado y directo ¿cómo podría rehusarme? Dejé de lado la caja, los retratos y demás cosas y me acomodé a su lado en el sofá.

Extrañamente las galletas sabían muy bien.

Extrañamente las galletas sabían muy bien

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Aquello que fuimos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora