XXI

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Esta mañana ha sido una de esas que transcurre de pausa en pausa

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Esta mañana ha sido una de esas que transcurre de pausa en pausa. Recuerdo haberme tomado el café con prisa pues me había quedado dormido.

El reloj y yo tenemos una relación extraña donde él, sea cual sea el día, siempre me dirá que es tarde, siempre me dirá que voy retrasado, siempre me dirá que no me moleste ya en salir y yo me dedico a hacerle caso a medias. Es una cuestión casi simbiótica.

Luca ya estaba despierto. Luca ya se había adueñado del sofá. Luca no dejaba de reír mientras me veía ir y venir, a toda prisa, buscando, recogiendo y arreglando ciertos materiales de asuntos importantes. Cosas de la oficina. Pero él disfrutaba el verme ajetreado. Disfrutaba el verme tan acelerado, tan trepidante.

–¡Te ves gracioso!

–No es gracioso, Luca.

–Si lo es. Tanto apuro y, de todos modos, estarás de vuelta mucho antes.

No le presté atención. Era como si supiese algo que yo no, algo que yo ignoraba por completo y que no creería a menos de verlo por cuenta propia. Y así fue. Porque, muy a pesar de la prisa, del apuro, yo no tenía razón alguna para ir a la oficina.

La semana pasada había acabado con una cantidad titánica de asuntos de la editorial. No recuerdo siquiera en qué momento ejecuté proyectos fuera de mis esquemas laborales, pero lo hice.

Los acabé, los entregué y estos fueron llevados al siguiente nivel. Me había ganado un mes de vacaciones por hazañas que no recordaba. Lo había olvidado por completo.

Dejé en la oficina todo aquello que me sobraba en casa. Ya finalmente el trabajo había vuelto a su lugar de origen y mi casa sería solo eso, una casa. Entonces daría marcha atrás a mis pasos, subiría al coche y encarrilaría las cuatro ruedas de vuelta al lugar donde alguien me espera, alguien que de verdad no está ahí.

–¿Alguna novedad?

–Tal vez. No sé tú.

–Por algo pregunto ¿no?

Él solo sonríe. Sonríe de esa manera socarrona con la que anuncia que tiene algo entre manos, que algo hizo, que algo ocurrió, que algo oculta a simple vista y que no dirá absolutamente nada, aunque su vida dependiera de ello.

Es una de las cosas más resaltantes de su mágica y siempre pícara personalidad. Es entonces cuando ocurre lo que ocurre. Suena el teléfono y es algo que me es más que simplemente extraño.

Luca atraviesa la sala de estar y se refugia en mi habitación a modo de cederme espacio y dejar intacta mi privacidad. La cabeza me da vueltas, el mundo me da vueltas y quisiera entenderlo. Alzo la bocina entonces.

–¿Diga?

–Pensé que no sabría de ti nunca más.

–¿Sandra?

No. No podía ser cierto. No podía ser Sandra. La misma Sandra que me dejó en claro cuáles eran sus planes, cuáles habían sido sus decisiones, cuáles eran sus opiniones.

La misma Sandra que me enumeró -uno a uno- sus errores, desde el más nimio, y todos me incluían de maneras que sigo creyendo que no podré superar jamás.

Pero escuchar su voz nuevamente, así de la nada, sin previo aviso, me ha resuelto responder varias cuestiones que había venido ignorando propósito. Cuestiones sobre mí mismo, sobre lo que creía sentir, sobre lo que creía pensar y, la verdad de todo esto, es que no estoy listo para nada y Luca se dio cuenta de ello.

–Quería decirte que...

–No. No es necesario que digas nada. Me quedó bastante en claro lo que hablamos aquel entonces.

–No, no, no. No se trata de eso, no es para nada eso. Déjame explicarte, por favor Jacob.

Pero no pretendo escuchar, no deseo hacerlo. Aunque el corazón me esté dando zumbos en lo profundo del pecho, no pretendo hacerme ilusión alguna. No pretendo tampoco darle oportunidad alguna de retractarse.

Estoy seguro que podrá seguir adelante, que podrá estar y que estará mejor conmigo fuera de sus planes. Eso sí lo he entendido por completo.

–¿Cómo es que tú...?

–Marshall antes de...

–Entiendo. No vuelvas a llamar.

–¡Jacob, espera!

No puedo. Cuelgo. No importa.

De nuevo la cabeza me da vueltas, de nuevo el mundo me da vueltas, pero no quiero entender absolutamente nada.

Quisiera, en todo caso, desentenderme de todo, desentenderme de ella. Olvidarla como sé qué debo hacerlo porque es lo mejor para los dos, porque es la respuesta que me ofreció a gritos mientras arrojaba mis cosas por la puerta.

–No fue mi intención –dice Luca con tono arrepentido mientras yace medio oculto tras el muro que va hacia mi habitación.

Le sonrío y le digo que no es nada, que no es su culpa, que no puede serla tampoco. Entonces vuelve a la habitación. Yo también.

Pasaríamos largas horas enclaustrados, envueltos por el calor de las sábanas, él haciéndose el dormido y yo llorando hasta caer rendido.

–Sandra...

–Sandra

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Aquello que fuimos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora