XXXI

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La buscó siempre

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La buscó siempre. La lloró cada noche, sin falta, encerrado en aquel desordenado estudio mientras colgaba y descolgaba el teléfono, una y otra vez, día tras día, noche tras noche, buscándola, preguntando por ella sin obtener respuesta alguna, porque nadie lo sabía tampoco.

Ahora es que veo las respuestas con claridad insospechada. Porque siempre tuve las respuestas conmigo, mas no conocía las preguntas que les daban vida, sentido, un propósito claro.

Desde el día uno, Marshall, tuve la llave de tu libertad. Tuve en mis manos la respuesta de aquellos días funestos, de aquellos años ya perdidos y, ahora, te he perdido para siempre.

Es que sé que debí abrir la boca desde que nos reencontramos, desde que volví a tenerte como padre, aunque no me agradaban ni la idea ni tú, pero aquella era cosa de dos.

Aquello que fuimos, tú y yo, en el reencuentro, se perdió para siempre al no resolver lo que los años convirtieron en oportunidad.

Mamá Jo había muerto ya hacía un mes. Antes de volver mis pisadas en tu dirección, Marshall, ya ella se había ido, ya ella me había dejado. Y supo cómo desaparecer. Supo cómo hacerse olvidar por todos, excepto por ti.

Porque me lo contó todo, de principio a fin, con cuantos detalles puedas imaginar. Y me dijo que lo eras todo también.

Porque no podía, aunque quisiera, dijo, volver a verte para explicarlo todo, para entregarme ella misma y luego caer, para siempre, rendida en los brazos de la muerte, con la consciencia tranquila y el corazón entre tus manos.

Nunca dejó de amarte como en un principio, a pesar de todo, a pesar de nada. Nunca dejó de pensar en que la vida, nuestra vida, habría tomado un curso muy distinto si te hubiese halado por las orejas, si te hubiese abrazado con la misma fuerza y rabia con la que se deshizo de ti en un principio.

"El peor de todos mis errores" habría dicho en más de una ocasión, al decir tu nombre en voz alta, todavía enamorada, todavía arrepentida, todavía culpable.

Aquello era amor, un amor de esos que no quedan.

–¿Y no dijiste nada? –pregunta Luca a punto de venirse en lágrimas.

–No, nunca.

–¡Pobre señor Cannister!

–Sí. Pobre Marshall. Pobre papá.

Entonces recupero todo lo que tengo de ambos, todo cuanto he podido proteger del pasar del tiempo y lo resguardo en cajas nuevas, cajas limpias, en las cajas de mamá.

Ya nada queda de ellos más que fotos y papeles descoloridos. Recuerdos transcritos sobre hojas y hojas que mamá le dedicó a papá, cartas que éste nunca logró enviarle y ahora sé el por qué. Aunque ya lo sabía, pero no lo sabía por completo.

–Todavía te falta recordar.

–¿Recordar qué? ¿A quién, Luca?

–¡Debes recordar!

–¡Debes recordar!

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Aquello que fuimos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora