III

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Otra mañana de combates sin sentido y atrevidas miradas de amenaza

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Otra mañana de combates sin sentido y atrevidas miradas de amenaza. Esto comienza a parecer el interminable ensayo de una escena para una película que nunca será filmada.

Ni bien le doy la espalda por un segundo y ya siento el estruendo del portazo que da antes de marcharse por la puerta trasera.

Una vez más deja el desayuno a medias como un posible mensaje subliminal de algo que todavía, después de tres largos meses, no alcanzo a descifrar.

En todo este tiempo todavía no he logrado tampoco conseguir información de ningún tipo acerca del paradero de Molly Jo. Hay tanto que tengo que preguntarle. Hay tanto que quiero preguntarle. No sé por dónde empezar.

Ni siquiera en mi cabeza las preguntas han tomado forma u orden alguno respecto a las tantas cosas que tengo pendiente, referente al todo que muy estúpidamente quedó suspendido por mi culpa.

Han pasado ya siete años desde que la persona que más amé en la vida se deshizo de mí por ser un imbécil bueno para nada. Y no la culpo. Molly Jo siempre tuvo un carácter muy fuerte, uno con el que solo yo supe lidiar.

Después de todos estos años de abandono y auto desprecio, por motivos que todavía busco esclarecer, han dejado a mi hijo de 12 años a mi cargo.

Eso fue hace ya tres meses. Tres meses en los que, a pesar de vivir ahora en el mismo piso, no han servido absolutamente de nada para acortar las fronteras que, por culpa de mi ausencia, me han tornado un completo extraño ante los ojos de quien, por mucho tiempo, esperé volver a ver.

Extrañaba volver a ser padre. Extrañaba volver a decir su nombre. Extrañaba tanto las sensaciones que su pequeña existencia le otorgaban a mi vida.

Y no logro hacer, siquiera, que me mire a los ojos por más que unos cuantos segundos, que me escuche con atención ni que me dé, al menos, una mínima oportunidad de ser quien soy: su padre.

Al menos le ha dado uso a la bicicleta que le regalé. Tal vez le cedí una excusa para poder huir cada vez que quiera al entregarle semejante vehículo, pero, hasta cierto punto, lo entiendo.

Para él solo represento la imagen de un completo extraño. Solo soy un hombre con el que se le ha obligado a vivir. Un hombre que, honestamente, se siente morir cada vez que la mirada de aquel jovencito −que tanto se le parece en sus rasgos− se hace a un lado con inquietud y rabia, con fastidio y desprecio.

No he podido ser el hombre modelo para quien de verdad siempre he querido serlo. Porque ser padre es como ser un Rockstar que trata de ganarse a la audiencia demostrándole que entiende su rebeldía, que entiende su vida y su sentir. Respecto a todo ello: soy un completo fracaso.

Jacob sigue siendo un baúl repleto de secretos. Secretos que, por mucho que lo intente, no alcanzo a develar. Sin importar lo mucho que quiera descubrirlo, lo mucho que quiera desensamblar ese baúl y dejarlo todo a simple vista, mis esfuerzos son más patéticos cada vez.

¿Soy un mal padre? Si estuviera aquí me lo diría a gritos y sin advertencia. Mi querido Jacob...

 Mi querido Jacob

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