IX

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Perdí la cuenta de los cigarrillos que me he fumado, solamente, en estas tan tediosas dos horas

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Perdí la cuenta de los cigarrillos que me he fumado, solamente, en estas tan tediosas dos horas. He seguido sus pasos desde la distancia para no verme invadiendo ni su espacio ni sus planes.

Seguimos siendo dos desconocidos bajo el mismo techo, donde él come toda mi comida y yo no puedo negársela tampoco.

No esperaba que su salida fuese a mitad de las horas más oscuras, pero al menos me anuncié como un completo soporte de su diversión.

He preparado un paquete completo de sándwiches para que lo lleve consigo a donde sea que la voz de Molly Jo lo lleve, a salvo, en medio de las tinieblas.

Yo también hice lo mismo una vez con ella. Una inocente escapada aventurera a altas horas de la noche solo para acampar bajo la luz de una luna que parece no brillar igual en ninguna parte del mundo.

Ese es el encanto de estas tan lejanas tierras de nadie: sus montañas. Las mismas montañas que Molly Jo describiría para mí, años después, entre relatos y cuentos porque yo ya las había olvidado.

−No seas tonto. ¿Cómo pudiste olvidar algo así?

−No lo sé. Se me olvida el mundo cuando estás tan cerca. Es inevitable.

Y sonreía siempre con la misma fuerza y belleza, no importaba las veces que dijera la misma frase. Nunca mentí respecto a ello y Jacob es, en gran medida, un buen ejemplo para demostrarlo.

Tiene los ojos de su madre, sin duda alguna. También su delgada nariz y su brillante cabello. Tiene la misma mañosa manera de sostener las cosas que no quiere que se rompan. Todo lo demás es, en mayor o menor medida, yo mismo y nadie más.

Porque solo he conocido de su boca la misma pesadez que conozco de mí mismo, casi como una copia exacta del que fui y del que sigo siendo entre las sombras de mi subconsciente.

Para su corta edad ha demostrado ya demasiado de aquel espíritu impetuoso que solamente un Cannister podría representar, fuere cual fuere la generación.

Todos los Cannister parecemos llevar a cuestas esa particular manera de expresar, sin reparo alguno, lo que nos hace sentir incómodos o molestos hasta la médula.

¿Así se habrá sentido papá respecto a mí mismo cuando tenía esa edad? ¿Así se habrá visto reflejado en mí y en mis decisiones mientras iba creciendo, mientras me volvía el hombre que creí quería ser? ¿Así es como se siente ser padre?

Pero todavía no soy padre de nadie.

El amor en sí mismo no parece ser suficiente hasta no derribar esas murallas que, día con día, veo más grandes, más altas, más resistentes.

Jacob, tal cual fui alguna vez, no bajará la guardia nunca porque, como todo Cannister, desconfía hasta de la luz del sol.

Yo, en todo caso, carezco ya de muralla alguna para alejar nada de mí.

¿Por qué alejaría nada de mí si no soy nadie? No soy nada más que un pedazo de carne con consciencia y un fragmentado corazón que, de alguna manera, sigue latiendo dentro del roído pecho que todavía me hace ser hombre.

Nada ha quedado del que alguna vez fui o del que pude haber llegado a ser. Nada ha quedado intacto en mi existencia desde que ella partió lejos y se fue a Neverland, donde sabía que no podría seguirla, donde sabía que no lograría encontrarla y traerla de regreso.

No hubo nadie después de eso.

−Dime la verdad.

−Siempre será verdad.

−¿Y entonces? Es que no te entiendo.

−¿Pero me sientes? ¿Te sientes bien conmigo?

−Por supuesto que sí, Marshall ¡Por Dios!

−Entonces ya tienes la verdad en tus manos.

−Entonces ya tienes la verdad en tus manos

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Aquello que fuimos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora