XXII

24 7 0
                                    

Ha pasado el día en cama

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Ha pasado el día en cama. La fiebre parece consumirlo de una manera tal que jamás pensé que lo vería así de devastado. Podré sonar un tanto desesperado, pero es cuando puedo ser padre a todas mis anchas.

Es cuando puedo ver en él, en su mirar, que me necesita y que no puede hacerlo solo, así como yo tampoco puedo hacerlo solo porque, para poder ser padre, me hace falta tener un hijo.

Jacob, en verdad, heredó el espíritu aventurero de Molly Jo. Pero ¿por qué tuvo que heredar, precisamente, mi terquedad? Esa misma terquedad que lo hace levantarse de la cama aun cuando no puede mantenerse de pie.

La misma terquedad con la que intenta salir, casi a rastras, por la puerta trasera sabiendo que el clima podría matarlo. Porque su cuerpo no es tan fuerte, así como tampoco lo fue el mío en esos mismos años.

Papá tampoco fue muy buen padre. Papá tampoco pudo decirme que me quería, aunque tuvo la oportunidad de hacerlo. La verdad es que nunca quiso hacerlo. Nunca quiso ser padre, pero ahí estábamos, nos tenía.

Éramos Noah y yo contra un mundo donde nuestro padre pensaba, sentía, que no debíamos estar. Y siempre fue de esa manera. Siempre fue tan tosco y tan ruin.

Todavía me pregunto, a veces, el porqué de aquel desprecio hacia nosotros. ¿Acaso pagábamos por los pecados de alguien más? ¿De quién? ¿Acaso de mamá? Lo dudo mucho. Y esa es una duda razonable porque mi madre fue y será siempre una santa.

Es por ella que yo sigo vivo. Es por ella que no me rendí conmigo mismo, así como lo hizo Noah.

Nunca perdoné a mi padre por ello.

Y pensar que, buscando no parecerme a mi padre, terminé acercándome a él de una manera indirecta.

Es cierto, él nunca se fue de casa, pero al rehusarse a ser nuestro padre llevó a cabo un abandono presencial. Porque no hay peor forma de experimentar el abandono que viéndolo a la cara todos los días de tu vida, hasta el momento de su muerte. Una muerte que tardaría más de lo que jamás hubiese creído.

Aunque la estuve esperando por demasiado tiempo, nunca me sentí tan bien como lo esperaba. Y es que quizá, a pesar de todo, llegué a querer a mi padre. Llegué a querer a ese inexpresivo y quejumbroso hombre de hierro.

Llegué a querer a ese sujeto de camisas a cuadro y corbata café, el que conducía un jeep azul marino y usaba mocasines negros a diario. Yo llegué a querer al hombre del grueso mostacho y frente amplia, aquel que alguna vez se llamó Albert.

Y me veo reflejado en él de cierta forma, pero no quiero hacerlo. No quiero parecerme al monstruo de mi infancia, al villano de mi juventud, al asesino de mi hermano.

No quiero parecérmele en lo absoluto. A quien quiero parecerme más es a mí mismo. A ese que vive enamorado de la idea de que su hijo lo quiera a su lado.

Solo busco parecerme a ese que desea verlo crecer, verlo encontrarse consigo mismo y madurar. Quiero, con todas las fuerzas que me quedan, ser el hombre que mi padre jamás pudo ser.

Ganarme así la oportunidad de escuchar, de la voz de mi hijo, que finalmente me perdona por haberle fallado. Eso es lo único que anhelo.

 Eso es lo único que anhelo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Aquello que fuimos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora