XXVI

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Volver a la oficina es, en cortas palabras, anti-humano

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Volver a la oficina es, en cortas palabras, anti-humano. Intentar volver a lo habitual también lo es. Pasarla en vela, noche tras noche, pensando en Sandra no lo es, pero me hace sentir de tal manera.

Luca no para de decirlo. No deja de llamarme de esa molesta forma mientras se pasea por todo el apartamento, abandonando las habitaciones cuando las habito.

No es necesario que lo diga, porque es bastante evidente, pero su enojo y mi pésimo humor, al parecer, están relacionados, conectados de una manera que no puedo asimilar.

–¡Llámala de una buena vez!

–¿Para qué? ¡No molestes! –Pero insiste.

A veces creo que se ha ido por el pesado silencio que queda revoloteando de un lado a otro, como mariposas de hierro.

Luca mantiene las luces apagadas. Se oculta en la penumbra más densa y se aplaca un silencio eterno entre sus labios. Siempre me costó darme por vencido ante sus caprichos y sus pataletas de malcriado.

Justo así lo recuerdo de la última discusión que, en aquellos otros días, tuvimos. Porque no podría olvidar el momento en que dejarlo ir se convirtió en una culpa corrosiva, enfermiza, casi letal.

¿Habría sido diferente el resultado? ¿Habría virado, el destino, la perilla de una puerta cerrada y dibujado un posible mejor para los dos o, al menos, para él?

Preguntas así sucumben ante mi debilidad (¿o soy yo el que sucumbe ante ellas?) y Luca vuelve a desaparecer más allá del umbral de la puerta trasera. Se escucha el pesado golpe de la madera contra la madera, del metal contra el metal, y un sonido seco que, con leve tintineo, anuncia un rebote.

La puerta ha quedado abierta, así como mi posibilidad de ir tras él, de buscarlo y arrepentirme de mi libre albedrío, darle ciega razón a su capricho y ganarme su sonrisa como recompensa. Pero no.

Jacob Cannister no podría haberlo sabido, porque era demasiado joven todavía. Demasiado ignorante.

Si pudiese, le diría qué cosas debió hacer o decir, qué cosas no. Cambiaría el destino de aquella vida que tuve solo para borrar esta que tengo ahora.

Ser otro Jacob. Uno muy diferente, tal vez. Uno que todavía conserve un mejor amigo de tantos años, pero tal cosa es imposible, siquiera pensable. Aquella cosa es pura ciencia-ficción y nada más. Porque volver en el tiempo no salva vidas, ni siquiera una: las destruye todas.

Yo destruí a Luca. Destruí su oportunidad y todo por una niñería propia de esa edad. Niños, a fin de cuentas.

¿Será por eso que está aquí? ¿Acaso es una cuestión de culpas? ¿Acaso necesito redimir mis propias decisiones? ¿Y por qué justo ahora y no antes? ¿Cuál es la diferencia entre mi ayer y el hoy que transpiro con desgano, si hace mucho que me alejé de Sandra, hace mucho que me alejé de todo cuanto tenía?

–Te estás olvidando de alguien –dice mientras me da la espalda sentado en una silla a mi derecha. Había olvidado que estaba en la oficina.

–No te he olvidado.

–No es de mí de quien estoy hablando –dice con un enojo pesado; –Deberías tener cuidado con 'eso'.

Debería tener cuidado con 'eso', me dice, cuando 'eso' tiene un peso rotundo en sus palabras.

'Eso' es mi memoria selectiva, mi maquinita de desechos, porque todo lo elimina, lo desgarra, lo envía lejos de mi alcance para así olvidarlo. Pero termino recordando tantas cosas, porque nada olvido, solo olvido a la gente.

Me olvidé de mi madre... Me olvidé de Marshall... Me olvidé de Sandra... Me olvidé de mí mismo... Pero no he, tampoco, olvidado nada ni a nadie. Ni siquiera a Luca. Y la culpa viene con muchos nombres, sobre todo el mío. Ante nada, el mío.

Yo destruí a Luca.

En el momento en que me quedé solo, mirando la puerta mal cerrada, con la idea −sin definir− de ir a buscarlo, de seguir, paso a paso, su rastro por el sendero y llegar directamente hasta el lago, tomarlo del brazo y darle la razón, hacerlo volver conmigo a casa y dejarlo a salvo bajo el techo que me resguardaba.

Si hubiese hecho eso, al pie de la idea, no habría recibido, aquella noche, la noticia que me rompería el alma joven y me agriaría, como a cualquier viejo, la vida entera.

Si hubiese hecho eso, al pie de la idea, no habría recibido, aquella noche, la noticia que me rompería el alma joven y me agriaría, como a cualquier viejo, la vida entera

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