07. SYV

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Diana.


—¿Clavado en una cruz?¿Qué clase de broma de mal gusto es esa? —preguntó Samid del otro lado del enorme cuenco de cristal.

—Una muy mala, no tienen idea de las náuseas que me dieron —susurré yo, mientras intentaba darle calor a mis brazos.

Sentía que la enfermería cada día se volvía más helada, por lo que Drew me llevaba mantas y chocolate caliente para que no muriera en forma de cubito de hielo.

Desde que habían internado a Jules, había pasado día y noche junto a su camilla, esperando a que se recuperara.
Hoy, después de ocho días, por fin le quitarían las vendas de los ojos.

—¿Y el chico está bien? —preguntó Reyna y yo asentí aunque no pudiera verme.

—Sí, solo espero que no haya quedado ciego. Las espinas hicieron que sangrara mucho —dije mientras trataba de taparme lo más que podía con la manta. Escuché pasos acercarse, por lo que me despedí—. Los llamaré cuando descubra algo más.

Cuando entró Queisell, tomé a Ahmm haciendo que el cuenco dejará de brillar.

Jules estaba moviendo sus dedos con nerviosismo, mientras que Queisell quitaba las vendas con sumo cuidado. Mordí mi labio mientras veía cómo por fin Jules parpadeó tratando de adaptar su vista a la cegadora luz de la enfermería.

Sus ojos eran entre miel y azules, eran tan grandes que no podía dejar de mirarlos. Parpadeó y sonrió con alegría mientras me miraba.

—Diana —susurró mientras sus brazos me apretaban con fuerza. Feliz de que pudiera ver le devolví el abrazo.

—Me alegro que estes bien.

Sus ojos me escaneaban rápidamente. Una enorme sonrisa se formó en sus labios, para luego murmurar un suave:

—Eres hermosa —junto a mi Queisell se sonrojó y fue rápidamente por los papeles de Jules. Yo en cambio no supe qué responderle.

En esos dos segundos había olvidado que tenía novio.

—Gracias —susurré y me imaginé con las mejillas rojas como un tomate.

Queisell le tomó el pulso, revisó sus ojos y dió su veredicto final.

—Creo que ya puedes irte, aún así si sigues teniendo problemas deberías acudir a Gabriel.

No sabíamos qué era. La quemazón constante que decía tener Jules, no era normal. Había recordado cuando Drew pasó por lo mismo, aún así Jules no mostraba ataques epilépticos o sudor. Lo usual en un ataque demoníaco.

No sabía que podía suceder, se había portado muy bien en la enfermería esos días. Quien sabe que cosas podrían pasar en un abrir y cerrar de ojos.

—Gracias, Queisell.

Tomé mis cosas y me dirigí a la puerta con un Jules detrás de mí. El aire estaba cálido afuera, como siempre el sol alumbraba el Palacio y proyectando su sombra. Todos los pueblerinos caminaban por las pequeñas calles y las legiones vigilaban o entrenaban.

—¿Qué quieres hacer primero? —pregunté en cuanto llegamos al pequeño riachuelo al que siempre íbamos Drew y yo.

Un segundo... ¿dónde rayos estaba Drew?

—¡Jules!

Sariel, quien competía contra Remiel en ser el arcángel más entusiasta, llegó corriendo hasta Jules y se le abalanzó encima. Detrás de él venía un Drew respirando con dificultad. Miré con una ceja alzada a mi hermano.

Paraíso (Celestial 2#) ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora