Cero

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Shin ese era su nombre. Era  curioso que a un shin-jin lo llamaran así, pero cuando al Sagrado Kaiosama lo vio le dio ese nombre. Fue coincidía que él estuviera ahí cuando Shin nació, pero no fue para nada al azahar que volviera tiempo después por aquel pequeño shin-jin de figura frágil y carácter dócil, para hacerlo su aprendiz.

Por lo general cuando un Supremo Kaiosama quiere entregar su puesto este escoge a un solo aprendiz, pero el Sagrado Kaiosama gozaba de algunos privilegios al ser un shin-jin excepcional (aún que algo despreocupado), de modo que él, tomó cuatro aprendices y le entregó a cada uno una región del universo que vigilar. Era Shin su último aprendiz y le tocó la parte este del universo sin  recibir muchas explicaciones respecto a cómo debía cuidar de esos mundos y su gente. Por suerte para él sus compañeros resultaron muy gentiles y le explicaron algunas cosas. Lo de mas debía descubrirlo por si mismo; ese era el objetivo de dejarles al cuidado una parte del universo siete. "Que irresponsable" fue lo primero que Shin, pensó al enterarse de eso, pero con el tiempo entendió mejor las cosas y empezó a ver a su maestro como un ser lleno de bondad, amor y sabiduría.

Un día, después de unos dos mil años de estar bajo la tutela del Sagrado Kaiosama, Shin salió a explorar su lado del universo y así llegó a un mundo de aspecto desértico y estéril. No tenía muchas esperanzas de  encontrar vida ahí, pues las condiciones eran extremas, mas si algo había aprendido era que la vida podía surgir en los sitios más inhóspito y aferrarse a la existencia. De buen ánimo recorrió aquel mundo y cuando estaba por darse por vencido, tras unas rocosas colinas, vio una explosión. Se dirigió allá con cautela y descendió en un lugar que le permitiera ver que pesaba, pero no quedar al descubierto. Lo primero que vio fue una aldea de tiendas de piel y un grupo de seres pequeños, envueltos en túnicas color de la arena que estaban postrados ante un ser de aspecto antropomorfico con rasgos felinos, de piel o pelaje color púrpura que sujetaba un pequeño niño de uno de sus pies. Se quedó viendo para saber qué ocurría, aunque algunas tiendas arrasadas y una mesa con comida estropeada daban buenas pistas.

Aquel ser parecía estar bastante molesto, les gritaba respecto a lo desagradable que le resulto la comida y a la falta de respeto que había cometido aquel niño. Los aldeanos estaban acoquinados, se apretaban unos contra otros gimoteando.

-Su comida fue horrible y sus modales bastante impertinentes- dijo aquel ser-Así que he decidido destruir este lugar tan miserable.

Una exclamación de pavor se dejó oír mientras aquel sujeto levantaba al niño a la altura de su rostro.

-Pero que criatura más escandalosa- comentó con desprecio.

-¡Suéltalo!-le dijo una voz masculina y clara.

Aquel ser giró la vista hacia donde escucho venir aquellas palabras en un tono imperativo, que no le agradó. Se encontró con un joven de baja estatura, plateado cabello y piel de tenue color violeta que lo miraba enfadado.

-¿Es usted el gobernante de este mundo?- le preguntó aquel muchacho y la verdad es que daba la impresión de ser así, dadas las circunstancias y la falta de conocimiento del shin-jin.

-Y si lo fuera ¿qué?-inquirió con una actitud intimidante e incisiva.

Ciertamente tenía actitud de soberano. Shin había conocido a muchos reyes, emperadores y gobernantes, en su mayoría eran como ese ser que tenía en frente. Sujetos arrogantes y abusivos.

-Oi lo que decía respecto a destruir este lugar y déjeme decirle que no tiene derecho a hacer algo así -le dijo el joven parandosele en frente, en actitud desafiante- Solo el dios de la destrucción puede juzgar si un mundo debe ser destruído o no.

Si aquel ser hubiera tenido cejas hubiera levantado una en ese momento.

-Eres un shin-jin ¿cierto chico?

Ecos del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora